TLtas series de televisión que a mí me gustan tienen un problema. Las alargan tanto que acaban aburriéndome. Agotan el talento del creador a la par que la paciencia del que las mira. Es lo que pasa con Perdidos , por ejemplo, que ya no sabe uno si quiere que se resuelvan los misterios de la isla o que levanten en ella una refinería para que los protagonistas tengan problemas reales en los que ocuparse. Estoy convencido de que a Héroes le sucederá lo mismo. Por si no lo sabe, Héroes es una serie americana en la que unos personajes --todos jóvenes y guapos, por supuesto-- han sido manipulados genéticamente hasta adquirir habilidades que los convierten en seres extraordinarios. Atravesar paredes, parar el tiempo, leer el pensamiento y cosas así. La idea es buena, porque todo el mundo soñó alguna vez en convertirse en héroe. Yo tenía un primo que secaba las arrugas con el aliento. El estaba convencido de que tenía superpoderes. Los demás pensábamos que lo suyo era halitosis. Y de las peores. En Héroes , el malo es un tipo sin talento que roba los dones ajenos movido por la envidia. Como en la vida misma. Porque la gente lo que lleva peor es que se muestre ante sus ojos poderes que ellos están lejos de alcanzar, y aún de entender. Es lo que pasa por ejemplo con la Consejería de Cultura y Turismo de la Junta, que tiene poderes que los mediocres no entienden. De un solo plumazo ha convertido el millón y medio de euros que recibía la Iglesia en tres, para que se lo gaste en albañiles. Y ahí tiene usted a los anodinos reconcomiéndose de rabia y de envidia. Son incapaces de entender que un héroe tiene la obligación de poner sus poderes al servicio de los más desvalidos. Como los constructores y los curas.