Esta semana hemos tenido atracón de hace treinta años. Nos han obligado a escuchar y/o leer a los que se sintieron protagonistas de aquella opereta monumental y hortera. Y a los que no, también. Incluso a mí me preguntaron en la radio, como si a alguien le importara un comino lo joven que fui. Solo faltaba Tejero contando peripecias, aunque, no sé por qué, a ese nunca le preguntan. La mayoría aprovecha para contar además historietas que no vienen al caso pero adornan. Siempre advirtieron, sospecharon, siempre fueron valientes y, ¡ah!, muy demócratas. Como si no supiéramos de las chapuzas que han ido construyendo muchos después y de lo bien que casi todos han conseguido vivir tres décadas aunque a estas alturas parezcan achacosos. Los héroes de entonces fueron a almorzar con el Rey, otro héroe, y luego a merendar con los amigos, que son también bastante héroes aunque no dispongan por el momento de batallas con tiros y/o tricornios. Tuvieron oportunidad para ponerse cursis y volver a comentar los valores de la democracia, de ellos mismos y ¡ah!, del Rey. Por aquellos ochenta se hablaba de ruido de sables para referirse a los militares, a quienes recuerdo rudos y con bigote. Era frecuente que alguno --héroe-- aspirara a hacerse con el poder, incluso los hubo con suficiente poder aunque no sacaran al sable de paseo. Bastante diferentes a estas fuerzas armadas llenas de soldaditos bolivianos y chicas intrépidas llevando humanidad por Afganistán. Pero oigan, no se les ha quitado la pátina heroica. Ni las aspiraciones al poder. La jefa de Defensa --¿capitana generala?-- aspira a más. Hecha una heroína, la chica parece decidida a sacar el sable a pasear. Aunque sea sin ruido.