THtubo un tiempo en que ser padre era una necesidad económica: tantos hijos, tantos salarios que entraban en casa. Luego llegaron tiempos mejores, tiempos en los que uno se hacía padre por comodidad, por tener quien te cambiara los canales de televisión sin levantarte de la hamaca. Pero, desde que se inventó el mando a distancia, qué excusa le queda a un hombre para hacerse padre. Sólo el instinto. ¿Y qué cosa es el instinto sino la voz del animal que llevamos dentro? ¿Y quién se enorgullecerá de saber que está en este mundo sólo porque a papá le habló durante una siesta un bicho invisible? Efectivamente, amable lector, es hora de que alguien le diga a ese animal que se calle y que deje hablar a las personas mayores. Ya sé que habrá quien diga que el reproducirse es un mandato divino, que escrito está eso de creced y multiplicaos . Pero, visto lo visto, quizá lo que oyó Adán fue multiplícate por cero y nuestra historia sea fruto de un error de transcripción. No es que pretenda, como Pío Baroja , sugerirle que la infelicidad del hombre está no sólo en nacer sino en el hacer nacer. Lo que trato de decir es que hay un problema real de superpoblación y que, cuando el gobierno festeja el que la natalidad haya aumentado un 15% gracias al ánimo de los inmigrantes, tiene uno la sensación de que lo celebran como una buena cosecha, y eso está muy feo, porque alguien podría pensar que es así como nos ven: recolección de mano de obra, cosecha de consumidores. ¿No es más lógico celebrar la calidad sobre la cantidad? Quizás los hijos deberían ser patrimonio exclusivo de los príncipes, mientras los demás sigamos más faltos de una herencia que de un heredero.