"Sientes que Dios te llama y es como un enamoramiento. Lo dejé todo y me vine aquí con dos maletas", dice él. "Te vas dando cuenta de que consagrar tu vida a Dios te da una paz y una seguridad que nada más puede darte", explica ella. A los dos les brilla la mirada y transmiten entusiasmo por la vida que han elegido, y también por este momento histórico que les ha tocado vivir tan de cerca y con tanta intensidad. Mónica Muñoz, religiosa de la congregación de la Pureza de María, es de Sant Cugat del Vallés (Barcelona), tiene 23 años y estudia Filosofía en la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. Jordi Pujol, barcelonés de 37 años, licenciado en Derecho, es seminarista del Opus Dei y alumno de Teología Moral en la Universidad de la Santa Cruz. Las suyas son, por encima de todo, dos historias de amor. La renuncia de Benedicto XVI les impresionó profundamente. "Acababa de volver de un examen, abrí el Facebook y un compañero había colgado la noticia. ¡Qué fuerte! Salí al pasillo de la residencia de estudiantes de la congregación, empecé a gritar y todas vinieron a mi habitación a verlo. Lo primero que me salió, y así lo colgué en Facebook, fue 'gracias'", relata Mónica.

El Iniesta de la teología

"Al principio me desconcertó. Después, leyendo todo cuanto dijo en esos días, lo vi claro. Tiene mucha tela lo que ha hecho, y con el tiempo se valorará en su justa medida. Es un grandísimo acto de humildad por el bien de la Iglesia", reflexiona Jordi, rendido admirador de la figura de Ratzinger. "Es el Iniesta de la teología. Con su extraordinaria profundidad de pensamiento, todo lo hace fácil".

Jordi asistió a todas las apariciones públicas de Benedicto XVI desde el anuncio de su renuncia hasta que se hizo efectiva. Recuerda como especialmente emotivo su adiós, "un extraordinario 'mix' de ciencia y fe. El helicóptero salió de detrás de la basílica de San Pedro, y dio una vuelta y media sobre la plaza llena de fieles, volando muy bajo. Sonaban todas las campanas de Roma, y la gente salía a las terrazas y se asomaba a las ventanas a despedirle. Con serenidad, con respeto, con afecto".

Lo que Mónica ha vivido y saboreado como nadie es el cónclave. En primera fila. "El martes fue fácil, porque nadie esperaba que hubiera papa. El miércoles ya fuimos a las nueve de la mañana, y por la tarde, a las tres". La larga espera, durante la que su posición privilegiada y su espontaneidad le valieron ser acribillada por los fotógrafos ("he salido en todas las teles y en todos los periódicos, y he sido portada del New York Times"), valió la pena. "Nunca he vivido un ambiente igual. Pocas palabras, oración, mucha comunión y una presencia palpable del Espíritu Santo". Y con la fumata blanca, el éxtasis: "Gritos, saltos, abrazos, lágrimas. Una emoción indescriptible".

Bergoglio, un desconocido

Luego, una hora de espera, de nervios, de quinielas. Y la sorpresa. "Cuando anunciaron su nombre, se hizo el silencio por unos segundos. Nos mirábamos unos a otros y decíamos: '¿Quién?'. ¡Nadie le conocía! Empezamos a gritar '¡Francesco, Francesco!', pero aún seguíamos sin saber quién era".

Lo mejor estaba por venir. "Fue cuando salió. Lloré de emoción y alegría cuando bromeó con que lo habían ido a buscar al fin del mundo, y cuando nos pidió que rogáramos por él y le bendijéramos. Me conmovía su sencillez, su proximidad, la confianza con que nos trataba".

Jordi acudió a la plaza a toda prisa tras la fumata blanca, a tiempo para el anuncio: "Me sorprendió que vistiera solo una sotana blanca. Intuyo que eligiendo este nombre refleja lo que lleva en el corazón: profunda espiritualidad y pobreza".

Y cara al futuro, esperanza: "En pocos días, el Papa ha tenido una multitud de gestos que me han gustado", dice Mónica. Y Jordi, futbolero y culé, parafrasea a Joan Laporta: "¡Al loro, que no estamos tan mal! En esta Europa posmoderna hay cierto pesimismo, pero en Asia, en América, en Africa, la Iglesia crece".