Era de noche y hacía frío cuando la policía le pidió que estacionase. Radu les advirtió de que dentro de su vehículo cargaba con 500 gramos de cannabis, necesarios para abastecer el coffeeshop que regenta en el centro de Ámsterdam. Pero en Holanda esto es ilegal. Tras llamar a la comisaría, requisaron su hierba y le dejaron ir. No habría multa, pero perder la inversión ya era suficiente castigo. Tocaba regresar a casa del proveedor. Su local no puede quedarse sin producto. Lejos de la imagen idílica que se proyecta, esta realidad se repite a diario en los Países Bajos. Cada semana hay hasta 250 redadas policiales contra la marihuana, la droga más popular e incautada del mundo. El absurdo legal que tolera su consumo mientras criminaliza su cultivo ha llevado a que el sector se estanque en un punto crítico y que muchos propietarios se jueguen el cuello en su profesión. «Tengo licencia, pero me han convertido en un criminal», explica Radu desde su oficina. En el piso de abajo se encuentra The Dolphins, el local que dirige desde hace 25 años. El kitsch psicodélico impregna las paredes de este coffeeshop decorado con material reciclado que imita el fondo oceánico. La sala se llena de turistas en busca de pasteles y cigarrillos de marihuana. Pero para que ellos puedan gozar de este estupefaciente, Radu debe quedar con el proveedor, probar el producto y transportarlo, todo a escondidas hasta que llega a puerto seguro, su local. Una arriesgada odisea que no deja realizar a sus empleados. «Si les pillasen, eso mancharía su registro, y no quiero cargar con eso en mi karma», se sincera.

Casos como este prueban el fracaso de la política de restricción del Gobierno holandés. Este llevó a que hasta 35 ciudades pidiesen la regulación del cultivo de cannabis. Aunque se sigue persiguiendo, tras 46 años de paradoja el Ejecutivo aprobó el pasado junio un interesante experimento: durante los próximos cuatro años 10 localidades podrán dar licencias de cultivo a granjeros de la marihuana para que provean de hierba a todos los coffeeshops bajo su jurisdicción.

Los partidarios del plan creen que este permitirá imponer controles de calidad y golpear el crimen organizado. Sin embargo, la idea está plagada de problemas. «Es demasiado pequeño y hay demasiadas normas», explica Has Cornelissen, responsable de la fundación Legalize!. «Hay muchas probabilidades de que fracase, y si eso sucede, tendrán una excusa para descartar la regulación».

Una de las normas más controvertidas establece que tan solo serán 10 los productores que deberán proporcionar cannabis para todo el país. «Esto es una mierda», lamenta Henry Dekker, propietario de cinco coffeeshops. «Hace 40 años que tenemos un experimento en marcha en Ámsterdam y funciona». Además, el Gobierno exige que esos cultivadores no tengan ninguna mancha en su expediente. Eso podría parecer sensato, pero en un país donde se ha considerado criminal a todo aquel que participa en el negocio cannábico la decisión, remarca Dekker, supone expulsar del mercado a los pequeños productores que dependen del cáñamo para subsistir.

Casi un año después de su aprobación aún no hay una estrategia concreta, algo que refleja la fragilidad de un Gobierno compuesto por un partido liberal que pide la regulación y tres conservadores que aceptan el experimento. Ante tal falta de respuestas los propietarios se sienten desorientados. En Holanda el cannabis se vende legalmente en los 573 locales que operan en 103 de sus 308 municipalidades.