TLtos que nos hemos criado entre lecturas somos propensos al desánimo porque los libros colocan muy alto el listón de las esperanzas. Al menos los libros que yo leí me abrieron los ojos a un horizonte hipotético y el ventear de sus hojas insufló en mis pulmones aire electrizado de utopías. Con cada libro concluido uno se sintió más empadronado en la tribu de los adoradores de la tinta, socio de un club sin carné y sin otra premisa que la de hacerte autónomo en el pensar. Pero a su vez más exiliado, más lejos de una patria idealizada y posible, porque tarde o nunca se hará realidad. Otros leyeron otros libros y aprendieron otras cosas. Aprendieron a odiar por instinto, leyeron libros donde se llama fascista al que cae muerto por un tiro en la nuca, invasor al hermano que comparte milenios de historia, héroe al que derriba en la noche un edificio de obreros con doscientos quilos de explosivos, salvapatria al que revienta a una familia con una bomba bajo el coche. Shopenhauer decía que los fanatismos son como las luciérnagas, que necesitan la oscuridad para iluminar. Pero es que sospecho que esta oscuridad sólo se mantiene porque le es rentable a alguien, y todos imaginamos a quiénes. Rebozan la barbarie con visos de ideología. Componen libros escolares para educar a sicarios, no a hombres. En el siglo XVIII Offrai de la Mettrie escribió ´El hombre máquina´ para defenderse de los fanáticos. Decía: "ser, sentir, pensar, saber distinguir el bien del mal, como el azul del amarillo, porque un materialista convencido, aunque su propia vanidad murmure que no es más que una máquina o un animal, no maltratará a sus semejantes". Claro que La Mettrie era médico y sabio y amaba la vida y la razón, y ya sabemos que para ETA no van por ahí los tiros.