Cuando vi a Morgan Freeman haciendo de Mandela en Invictus pensé que todos los políticos del mundo deberían ver esa película. No es que sea una obra maestra del cine, incluso tiene exceso de melés, pero es capaz de trasmitir muchas enseñanzas imprescindibles para quienes han de lidiar con graves conflictos. A mediados de los años 90 el líder surafricano habría tenido toda la legitimidad del mundo para vengar las afrentas sufridas por él mismo y por los suyos, pero optó por tender la mano a sus más crueles opresores para construir una nueva sociedad. Que cada uno lo lea como quiera, pero la paz y la convivencia, aquí y en China, necesitan inteligencia y generosidad a partes iguales, una fórmula que tal vez no se use demasiado. Es más fácil no tener piedad con el enemigo que huye, aunque el refranero aconseje ponerle un puente de plata, que arriesgarse a poner los pilares de una difícil coexistencia entre quienes fueron víctimas y verdugos. Entraba Madiba en el hospital cuando conocíamos la noticia de la muerte de Samuel Ruiz . Un nombre que tal vez no le diga nada a muchos y que apenas ha aparecido en los periódicos y televisiones. El obispo de Chiapas era de los que no se limitó a prometer el cielo en la otra vida, sino que se preocupó por apagar el infierno terrenal, el que nace de la grave situación de miseria y marginación de los indígenas del sur de México. Se nos apagan los hombres buenos, aquellos que pusieron su propia vida en peligro para mejorar la de los demás. Son ejemplos en desuso en un tiempo en el que no se permiten más heroísmos que el beneficio propio. Ya nos quedan pocos.