La epidemia de gripe aviar desnudó a Hong Kong en 1997, seis meses después de pasar a manos chinas. Veinte personas fueron infectadas y seis murieron en la isla. No se identificó ni una fuente de infección. Hoy, cuando un ciudadano llama al teléfono de emergencia para notificar un pequeño pájaro muerto, un equipo sanitario acordona la zona como si fuera la escena de un crimen, la desinfecta, recoge los restos y los analiza.

El corolario del cambio es el Centro de Protección de la Salud, un edificio futurista de 50 millones de euros. Tres de sus 10 plantas y 60 de sus 400 trabajadores se los lleva el área de virus. Las cámaras refrigeradas guardan los virus y las caldeadas estimulan su crecimiento. Los más peligrosos se manipulan en cámaras selladas, donde los operarios introducen su contraseña numérica y plasman su huella digital para entrar y ducharse tras salir. "Es el edificio más preparado que he visto, y he visto muchos", dice Lim Weiling, jefa del laboratorio.

Hong Kong invirtió en equipamiento e investigación e importó expertos internacionales. Hoy, los especialistas asiáticos se pelean por aprender en el centro y sus médicos son globalmente requeridos cuando se desata una epidemia. "Los virus son imprevisibles. Creíamos que la próxima pandemia vendría de una mutación de la gripe aviar, nunca del cerdo", dice Lim.

Pero llegó la paradoja del síndrome agudo respiratorio grave (SARS), también acunada en Hong Kong después de que un médico terminal vomitara en el vestíbulo de un hotel y los clientes lo expandieran por el mundo. La isla concentró 300 de los 800 muertos totales. Hong Kong, el mayor y más cosmopolita centro financiero de Asia, se salvó del colapso gracias a la ayuda de Pekín. El SARS trajo más inversión y cambió la forma en la que los isleños miran a sus hermanos pobres del interior.

LA MEJOR PROTECCION Dos formas de verlo: el fracaso del costosísimo laboratorio, que no había evitado la peor epidemia de la historia en Hong Kong; o pensar que sin él la mortandad habría sido incalculable. La OMS defiende la segunda.

No es casual que ambas pandemias se propagaran desde aquí: llega gente de todo el mundo, sus ridículas dimensiones obligan al hacinamiento y está a tiro de piedra de la provincia del Cantón, cuyos mercados callejeros son abundantes en fauna que acabará en la olla.

La epidemia de la nueva gripe ha examinado al laboratorio otra vez. Mientras se analizaba la prueba del mexicano infectado, un autobús con 17 operarios esperaba en la puerta del hotel el resultado. Hong Kong ha almacenado dosis de tamiflu que triplican su población.

Se nota el trajín de las situaciones especiales. Con la isla en estado de emergencia, se cancelan las libranzas y multiplican las horas. Pero la actividad es también febril cuando hay calma: el centroo recoge cada día 100 muestras sospechosas de hospitales. Y sus archivos tienen la secuencia genética de miles de muestras, un mapa vírico de la isla siempre actualizado.