Visitar museos, preparar juntos la cena, hacer una ruta en transporte público, ver una película… Los padres que este fin de semana secundan el boicot a los deberes escolares convocado por la confederación española de asociaciones de padres de alumnos de la escuela pública (Ceapa) han adquirido -algunos quizás sin ser muy conscientes de ello- un compromiso implícito: van a tener que organizar una agenda educativa alternativa para sus hijos este sábado y domingo. Se trata, afirma la Ceapa, de un tema de coherencia.

«Los fines de semana de noviembre tenemos previsto realizar actividades familiares que se verían afectadas gravemente si se mandaran deberes», argumenta la entidad en la carta que divulgó hace unos días para que las familias la utilizaran como modelo y la hicieran llegar, a su vez, a los maestros de sus hijos.

Sin deberes, considera la entidad, los padres van a poder disfrutar de un tiempo libre precioso para compartir con sus hijos y, de paso, para formarles en aspectos que van más allá de lo académico. «Es obvio que debemos realizar esas actividades para que se entienda la coherencia de nuestra petición y se pueda comprobar que hacemos lo que decimos», subraya la Ceapa.

Al margen de las valoraciones negativas que otras entidades y agrupaciones de padres de alumnos han hecho respecto al llamamiento al boicot -la confederación de familias de las escuelas católicas, por ejemplo, ve «increíble» que se «aliente» a los alumnos a «no cumplir con sus obligaciones educativas, entre las que se encuentran los deberes»-, para muchos progenitores el cometido no va a ser sencillo. Sobre todo para aquellos que tienen hijos en la ESO.

QUÉ LES GUSTA HACER / «¿Cuál es el ocio educativo que interesa a un chaval de 13 o de 14 años, pero que aspira a tener 17?», se pregunta Jaume Funes, psicopedagogo y experto en adolescentes. «Los fines de semana son, justamente, el territorio en el que esos adolescentes empiezan a practicar su emancipación, donde exigen tener un tiempo propio, por lo que cualquier intervención paterna ha de hacerse con mucho tiento», reflexiona Funes, que está a punto de publicar un libro titulado Educar adolescents... sense perdre la calma.

Hay que propiciar ciertos equilibrios, opina este especialista. «Por ejemplo, si un padre o una madre consiguen que su hijo ayude en la cocina, estaría bien que otro fin de semana, más adelante, los adultos aceptaran ir a comer todos juntos a un restaurante de comida rápida, de esos que tanto gustan a los jóvenes», sugiere Funes.

«Ese equilibrio entre el adolescente que rechaza cualquier intervención de sus padres y unos padres que han de hacer igualmente de padres, mal que les pese a los hijos, es realmente complejo», prosigue Toni Aguilar, director de la Escola Pia de Mataró y autor, por su parte, de la investigación Adolescents enganxats al mòbil, donde se analizan las tendencias de uso de los dispositivos tecnológicos. La parte positiva, agrega Aguilar, es que sin deberes escolares «se crea un ambiente de mayor relajación en los hogares, en el que hay más predisposición a compartir experiencias».

LAS EMOCIONES FUERTES / ¿Qué tipo de experiencias? Las que tienen más éxito entre los jóvenes son las deportivas y las que implican emociones fuertes. «Y las que refuerzan su autonomía», señala Edna Albareda, gerente de Colonias Jordi Turull. Teniendo siempre en cuenta «el alto sentido del ridículo que tienen los adolescentes», indica Albareda, es importante que la actividad a realizar en familia haya sido consensuada previamente con los menores. «Porque por mucho que un padre se emocione con algo, si a su hijo no le interesa, lo único que conseguirá es el más absoluto rechazo», indica.

No hay que perder de vista que, a esas edades, entre los 12 y los 15 años, el universo adolescente tiene unas pautas muy claras, observa Jaume Funes. «La atracción por el riesgo, los amores o enamoramientos, la necesidad del grupo e internet son, junto a la escuela, aunque esta ya en un segundo término, sus prioridades». Los padres, aquí, pintan más bien poco, «pero han de seguir acompañando». Eso sí, «no hace falta que el padre acabe comportándose de un modo más adolescente que su hijo», agrega Aguilar para concluir. H