El filósofo Santiago Alba no cree que durante la pandemia se haya parado la vida porque «probablemente» no era una vida lo que teníamos antes, y asegura que en este tiempo hemos sido «humanidad» algunos días. «Hemos sido humanidad durante algunos días y, aunque ya minada por cada cansancio individual, ese sujeto humanidad sigue presente, mezclado ahora o combinado con el elemento que lo niega: la normalidad capitalista, consumista, muy individualista y hedonista de la que procedíamos», explica Alba (Madrid, 1960).

Estas dos conciencias en conflicto -opina el filósofo- luchan como dos formas diferentes de concebir el mundo: «Todos somos víctimas potenciales por igual, todos son al mismo tiempo mis potenciales enemigos». «Cada vez que contemplamos al otro como una víctima a la que hay que proteger (de mí mismo, víctima también) vence la humanidad; cada vez que vemos al otro como un enemigo del que me tengo que proteger yo (como único merecedor de la supervivencia), vence el feroz darwinismo social del capitalismo, el cual, apenas estalla una crisis, genera comportamientos, como vemos, muy primitivos: el miedo busca culpables y no distingue entre enfermedad, pecado y delito», resalta.

¿La pandemia está propiciando que la sociedad se tome una pausa para reflexionar sobre su vida social y personal? Alba cree que para medir qué significa el término pausa en este contexto hace falta concebirlo en relación con el movimiento que ahora se ha detenido: «Un movimiento febril, neurótico, mecánico, que de arriba abajo mantenía en permanente aceleración nuestra economía y nuestra vida privada».

«Velocidad de las operaciones financieras, velocidad de la renovación de las mercancías, velocidad de nuestros desplazamientos, de nuestros afectos, de nuestras relaciones sexuales. Es decir, no se ha parado la vida porque probablemente no era una vida lo que teníamos», insiste.

En este parón del confinamiento -más que pausa- el ensayista sostiene que la ciudadanía ha descubierto «una vida desconocida en la que los teléfonos móviles vuelven a ser teléfonos fijos, en el que la casa vuelve a ser un lugar -más o menos habitable, según los ingresos- y no un apeadero nocturno y en la que los cuerpos de los otros, añorados o atados a los nuestros, cobran un protagonismo inédito». Cada cuerpo y cada casa es hoy un pequeño campo de batalla donde se decide el futuro común, explica el ensayista.

Respecto a si el covid-19 está actuando como un virus contra el populismo, recalca que es difícil generalizar. «Llegamos a esta crisis en un contexto de desautorización de las instituciones en general muy inquietante; y la crisis misma genera un miedo difícil de controlar», afirma. Y las nuevas tecnologías y las redes sociales, «son asimismo un vivero de virus conspiratorios y complotistas, y de charlatanería tóxica».

El filósofo ve a mucha gente buscando culpables locales o planetarios y remedios milagrosos; buscando esa «seguridad total que la ciencia no puede ni debe dar y que -este es otro de los peligros- se acaba confiando a regímenes autoritarios. Hay, es verdad, una revalorización del conocimiento, pero también de los diagnósticos rápidos, el estigma ansiolítico y la pócima taumatúrgica», concluye.