TPterdí antes el pelo que la virginidad. O sea, que me quedé calvo muy pronto. ¿O no era tan pronto? Siendo un niño, mi madre ya me llevaba a la peluquería de doña Flori para intentar convertirme en el primer metrosexual cacereño o algo así. Flori, que tenía su negocio en la Madrila alta, miraba mi pelo en un aparato y me mandaba unos mejunjes modernos que debía extender sobre mi cuero cabelludo para después masajeármelo a conciencia. Yo entonces estudiaba interno y como los salesianos nos daban muy poco tiempo para el aseo, hube de escoger entre ser un niño calvito, pero desayunar todas las mañanas, o ser un metrosexual precoz y peludo, pero pasar hambre. Escogí las tostadas con mantequilla y perdí la primera oportunidad de ser Adonis.

La segunda me llegó cuando fui a hacer un reportaje al salón de belleza Prado y me regalaron un hidratante antiojeras. Durante unos días, hice caso al prospecto y a base de frotamiento descongestioné mis contornos oculares y atenúe las marcas de fatiga en mis párpados, pero al poco, me cansé, el antiojeras se secó y no pude ser divino. Ahora tengo la tercera oportunidad de congraciarme con la belleza. Mi suegra, mujer moderna donde las haya, me ha regalado un milagroso pack hydra energetic para rostro y ojos que, según los prospectos, produce un efecto buena cara duradero. A ver si ahora... De todas maneras, no dejo de hacerme una pregunta: ¿Qué verán las madres, las suegras y las esthéticiens en nosotros para estar todo el día intentando cambiarnos la cara?