Iciar Bollain ha empezado a escribir con Joaquim Jordá un nuevo guión, el que debería cimentar la cuarta película en su empleo como directora. Que nadie le pregunte por el desenlace de la historia. Es más que probable que ni ella misma sepa aún a estas alturas a dónde le conducirá su narración.

Iciar se sienta siempre ante el ordenador con una noción muy esquelética de la trama. "Cuando comienzo a escribir, tengo una idea vaga de la película que se puede contar en apenas tres frases. Es decir, sé que es la historia de alguien, que hace no sé qué y al final le pasa más o menos algo. Pero no sé cómo ocurre, ni cuantos personajes hay, ni nada. Me lo voy encontrando a medida que escribo".

Y cuando Iciar decida el desenlace y lo anote en la última página del guión, es casi seguro que, meses más tarde, en la sala de montaje, opte por saltarse sus propias directrices. "He cambiado el final de dos de mis tres películas durante la edición".

En Te doy mis ojos , el largometraje que ha convertido a Bollain en la favorita de esta próxima edición de los Premios Goya, la realizadora madrileña recurrió a una solución infrecuente. "Como me conozco, rodé tres finales distintos y decidí luego, en el montaje, cuál ponía".

Una fórmula poco convencional para una directora que admite aceptar la asistencia de los académicos manuales de guión.

"Años atrás --declara la cineasta-- hice un curso intensivo de tres días del estadounidense Robert McKee. Y tiene un libro que suelo leer cuando tengo el guión bastante avanzado. Creo que los manuales te pueden bloquear un poco a priori, pero este tío tiene cosas muy buenas de cómo perfilar los personajes, de cómo avanzar la historia".

LA FASE PREFERIDA Bollain concede, en cualquier caso, que la escritura no es su fase preferida en la creación de una película. Por eso se apoya siempre en un coguionista, que ha sido distinto en cada producción.

Con la claqueta en la mano se siente más cómoda. Acostumbra a entenderse bien con los actores. Además, suele armar en el proceso de selección un equipo compenetrado.

De los tres rodajes, guarda buen recuerdo de Hola, ¿estás sola? y Te doy mis ojos . De Flores de otro mundo , no tanto. "Es que fue agotador. Rodamos un huevo de horas, había seis parejas principales, un montón de secundarios, los paisanos del pueblo, que tenían sus frases, niños, animales... En definitiva, todo lo que no debe tener una película. Me fundí mucho las pilas y al acabar me dije: la próxima, entre cuatro paredes y una sola pareja´. Y es un poco lo que es ´Te doy mis ojos".

Para ella, y para la mayoría de directores, lo mejor de hacer cine es la edición. "Es lo que disfruto más. Es que en el rodaje estás muchas veces bregando con cosas tan poco creativas como vigilar la hora en que los actores se comen el ´bocata´ porque tienen después curro y no les puede pesar la digestión. En el montaje me siento como el cocinero en la cocina con todos los ingredientes a su mano".

Lo pasa peor cuando se sienta entre el público a ver su cinta. "Es una experiencia maravillosa, pero a la vez una tortura. Me pongo muy nerviosa. La prueba del algodón es en los primeros 10 o 15 minutos, en que siempre hay un gag de humor. Si la gente se ríe, es que está conectada a la ´peli". Y llegará al final, al cambiante desenlace. A uno de esos finales no escritos de Iciar Bollain.