Ocho niños de 10 y 11 años ocupan cada miércoles, durante hora y media, una mesa redonda situada en la planta 14 del Hospital Maternoinfantil del Vall d´Hebron, donde los espera la psicóloga Sandra Gussinyer. Han ido para descubrir por qué llegaron a pesar 15 o 20 kilos más de los que corresponden a su edad y altura. Por qué les diagnosticaron una preocupante obesidad. En una sala contigua, ocho adultos, padres o madres de los niños, efectúan el mismo análisis, de forma menos ruidosa. Tanto unos como otros no hablan de dietas, ni repasan la lista de alimentos poco calóricos, ni descubren menús originales. Abordan, en grupo, cuál es el estado de ánimo de sus familias, cuántas veces se sientan todos a la mesa o qué verduras no han entrado jamás en sus casas.

La psicóloga Sandra Gussinyer y Norma García-Reyna, nutricionista, aplican desde hace seis años un innovador tratamiento contra la obesidad infantil que afronta el problema de la alimentación desequilibrada que sufren esos niños desde su invariable foco causal: las emociones. Las expectativas con que los pequeños obesos devoraban la comida, la carga de ansiedad que pretendían nutrir deglutiendo alimentos.

Esta iniciativa, cuyo éxito avala la evolución de los niños tratados, se ha extendido en los últimos meses a 32 hospitales del resto de Cataluña y España. El próximo mes, García-Reyna y Gussinyer viajarán a México para exponer allí la iniciativa, que también han dado a conocer en Costa Rica, Argentina y Colombia, países con notorios excesos de peso. En paralelo, han formado a 250 profesionales -pediatras, enfermeras y nutricionistas-- con el fin de que apliquen esta terapia, llamada Niños en movimento , en sus hospitales o centros de asistencia primaria.

NO SOLO DIETA "La dieta y el ejercicio son elementos secundarios en nuestro tratamiento, lo determinante es la carga emotiva que niños y adultos ponen en la comida", explica García-Reyna. "La alimentación es la vía con que históricamente se intenta llenar el vacío de la vida", añade Gussinyer. Los niños que atienden no están "a dieta", expresión que detestan. Los grupos no estudian menús poco calóricos. Niños y padres se adentran, de forma prioritaria, en la percepción que tienen de sí mismos. Los pequeños han aprendido a distinguir qué sienten si comen tranquilos. Cada mañana han de reforzar su espíritu con tres frases de obligado ritual. "Soy guapo, soy inteligente y puedo conseguir lo que me proponga", han de repetir antes de ir al colegio. Así se han comprometido en una especie de contrato con las terapeutas.

Han tratado hasta ahora a 195 niños obesos que, en el 95% de los casos, han dejado de serlo. Han adelgazado sin sufrir restricciones. "Hablar de dieta a un niño es fracasar, porque detrás de un pequeño que come demasiado siempre se oculta un problema emocional", resume Antonio Carrascosa, responsable del área de Pediatría del Vall d´ Hebron e impulsor de la idea.

En la mesa, cada niño canta, a preguntas de Gussinyer, qué comió un día en concreto y el resto le dice si lo hizo bien. Todos cantan y reciben la aprobación o matización de sus compañeros y la psicóloga. Lentamente, en las 11 semanas de terapia, el peso deja de subir y el índice de masa corporal se normaliza. "No les aplicamos restricciones dietéticas porque nos jugamos su crecimiento --explica García-Reyna--. Nos interesa que el peso no suba, más que un descenso".