Cuando se intenta identificar la anorexia con la imagen de una modelo enferma, se está falseando una realidad que afecta cada año a un número mayor de jóvenes, y, a pesar de que los involucrados defiendan lo contrario, se frivoliza un problema en el que muchas familias se hunden hasta nadie sabe qué profundidades. Y no sólo esto, cuando se utiliza el cuerpo deformado de una joven para atraer la atención sobre una marca comercial, como podría utilizarse cualquier objeto capaz de crear controversia, se está faltando a un principio ético que algunos creativos deberían repasar de vez en cuando: el sufrimiento, sea del signo que sea, nunca debería servir para enriquecerse.

Nadie que no haya pasado por ese infierno puede comprenderlo. Nadie que no haya visto a sus hijos consumirse en el deseo de alcanzar cánones absurdos de belleza, podrá entender la desmoralización a la que puede llegarse. Nadie que no haya experimentado cómo puede afectar a toda la familia esa enfermedad, cuyo tratamiento pasa muchas veces por la separación de parte de sus miembros, y por la desestructuración de la vida cotidiana, en la que todos deberíamos poder refugiarnos cuando la esperanza se convierte en la última opción, podrá entender la indignación que estas imágenes han causado en muchas de las personas afectadas por esta plaga que se extiende a velocidades alarmantes.

Un cuerpo que pesa la tercera parte de lo que debería, no puede ser tomado como ejemplo disuasorio, y mucho menos se si utiliza para fines comerciales. La denuncia y el negocio no parecen buenos compañeros.