La próxima revolución tecnológica ya tiene nombre y se llama impresión doméstica en 3D, la que va a permitir fabricar en casa y a coste relativamente bajo piezas u objetos que hasta hace poco solo eran posibles con procesos industriales caros y complejos. Al menos eso es lo que profetizan los expertos, que recuerdan que igual que en los años 70 los primeros ordenadores personales cambiaron nuestra forma de trabajar, relacionarnos y ver el mundo, la creación y producción de objetos a medida con máquinas que cuestan menos de 1.000 euros abre un mundo de posibilidades que pueden cambiar las reglas industriales clásicas para crear menaje, recambios de automóviles o electrodomésticos, zapatos, bisutería, figuras decorativas, prótesis médicas y un largo etcétera.

El gurú Chris Anderson, exdirector de la revista Wired y actualmente dedicado a una empresa de robótica, considera que el fenómeno --cuando esté extendido y desarrollado, obviamente-- puede dar lugar a "la tercera revolución industrial", porque cambia quién produce, cuándo y dónde y "combina la fabricación digital con la manual".

IMPRIMIR, NO IR A COMPRAR Así, gracias a la popularización de estas herramientas digitales, podrá eliminarse la distribución física de los productos --y con ella su almacenaje, por no hablar de la transformación de la red comercial--, ya que el fabricante se limitará a vender por internet la plantilla con el diseño y el consumidor lo tendrá cuando quiera, a su gusto y sin moverse de casa. Otros son más escépticos y recuerdan, por ejemplo, que las impresoras de papel no han acabado con la imprenta, aunque sí han permitido nuevas formas de lectura y revelado.

Aunque las máquinas para crear moldes ya existen desde hace años, con el llamado estereotipado rápido, la impresión directa en plástico o resina es un invento mucho más reciente. Y la misma impresión pero a bajo precio tiene apenas meses. Una compañía estadounidense, Makerbot, fue la primera en lanzar el pasado verano una máquina que, conectada a un ordenador y según las instrucciones fijadas en un documento creado por un programa de diseño, fabrica una pieza en plástico, con una impresora que cuesta unos 1.000 euros y un material que sale a partir de 25 euros el kilo.

El sueño de reproducir objetos de la vida real o imaginaria, acuñado en la mejor literatura de ciencia ficción, tomaba forma en la mente de ingenieros e informáticos, que crearon proyectos colaborativos (que no dependen de patentes y son modificables), como el británico Reprap, que ha dado lugar a muchas de las máquinas actuales.

La idea era crear una impresora 3D barata y fácil de utilizar que además fuera capaz de replicar las piezas que la componen. Es decir, de clonarse a sí misma. El resultado es una máquina ligera, delicada, algo difícil de calibrar pero que imprime piezas de plástico sin demasiados problemas para un usuario medio.

El reto del proyecto --del que aparecen modificaciones con mucha frecuencia gracias a la cantidad de voluntarios que trabajan en él-- es ahora incorporar nuevos materiales, como resinas, cerámicas o engrudos industriales, y combinarlos entre sí con máquinas y materiales baratos y que puedan competir con economías de escala. Y hacer que el proceso sea mucho más rápido --elaborar una pieza de centímetros puede tardar ahora varias horas, según el grosor-- y preciso, para poder crear piezas más pequeñas y detalladas.

"La impresión 3D es una revolución porque permite convertir algo virtual en algo tangible, con tecnología barata, y si tienes dudas de cómo hacerlo, lo buscas en Google y alguien seguro que te da una idea. Es recuperar la ilusión por hacer cosas uno mismo y por hacer cosas juntos gracias a internet", explica Cecilia Tham, directora de Makers of Barcelona, un espacio de trabajo colaborativo que mantiene una parte dedicada a las impresoras 3D y al mundo maker, con talleres semanales.

"Esto ayuda a que la gente piense por sí misma, que es algo que se está descuidando", opina Tham. Anderson define esta creación colaborativa como "el instrumento que realmente puede cambiar el mundo".

CUIDADO CON LAS PATENTES La gran tentación de la impresión 3D es reproducir modelos artísticos o de diseño cuyo precio los hacen prohibitivamente caros. Los juristas advierten de la posibilidad que comercializarlos suponga una demanda por infringir patentes, marcas, diseños industriales y derechos de autor. "Son acumulativos en un mismo producto. Imaginemos una botella con un tapón antigoteo protegido por una patente, con diseño registrado, y conocida por una marca y un logotipo protegidos por el derecho de autor. Si se copia la botella o alguna parte, le pueden demandar por varios motivos", relata la letrada Silvia Caparrós, profesora de propiedad intelectual.