La culpa fue del aire acondicionado. Al menos, así se desprende de la declaración que han realizado ante la policía los vigilantes encargados de la seguridad del rascacielos Windsor, devorado por el fuego la madrugada del pasado domingo.

Cuando uno de los empleados de Prosegur subió al despacho de la planta 21 en el que las alarmas habían detectado el incendio, observó que el aparato del aire acondicionado estaba en llamas. Si la versión de los vigilantes es cierta, está claro que el suceso se debió a un hecho fortuito (un cortocircuito o una avería) y no a una negligencia.

Según la declaración de los cuatro agentes que vigilaban el edificio la noche del sábado --desvelada ayer por Telemadrid-- las alarmas sonaron "antes de las 23.10 horas". Entonces, uno de los agentes comprobó en la sala de control --donde se registran todas las incidencias-- que se había detectado fuego en un despacho de la planta 21. Tras coger una llave maestra y subir al piso, los agentes comprobaron que el aparato de aire acondicionado ardía y que el despacho estaba ya inundado de humo. Los vigilantes intentaron sofocar el fuego, pero fue en vano.

Más de diez minutos después de que sonaran las alarmas, un vigilante llamó al 080 desde la planta 25 y alertó de que se había producido fuego en el piso 21. La llamada a los bomberos está registrada a las 23.21, según insistió el concejal de Seguridad, Pedro Calvo. Cuatro minutos después llegó el primer retén.

Los bomberos observaron con estupor que el fuego "había roto por fachada". Es decir, era tan enorme que había destrozado los cristales. Eso hizo, precisamente, que las llamas se alimentaran con oxígeno y crecieran con mayor virulencia.

Todos los bomberos consultados insisten en que para que el fuego creciera de esa manera debía llevar ardiendo, como mínimo, más de 30 minutos.