Sobre la necesidad de ahorrar energía se han hecho multitud de campañas, documentales, artículos; ha servido para justificar una medida que afecta tanto a los ciudadanos como la subida de las tarifas eléctricas, pero ha tenido que ocurrir algo tan aparentemente anecdótico como el incidente de la corbata en el Congreso para que, de repente, en las casas, en los bares, en las esquinas, en las playas y en las piscinas se hable más que nunca del insostenible gasto energético. Si eso es lo que pretendía el titular de Industria, Miguel Sebastián, cuando acudió el miércoles al Parlamento sin el lazo al cuello --un gesto que fue amonestado por el presidente de la Cámara, el también socialista José Bono, que de forma veloz le dijo a un ujier que le entregara una corbata al ministro iconoclasta, quien la rehusó--, la jugada le ha salido redonda.

"Si la anécdota contribuye al debate, a incrementar el grado de conocimiento y concienciación que tenemos que adquirir para ahorrar energía, bienvenida sea la anécdota", dijo ayer la vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega. Ocurre, sin embargo, que De la Vega actuó de forma mucho más enérgica que Bono hace un par de años.

OBEDIENCIA En septiembre del 2006, Joan Clos, que acababa de entrar en Industria --departamento que ocupa Sebastián--, llegó a su primer Consejo de Ministros, en la Moncloa, con camisa y chaqueta. Es un lugar apartado de la lupa mediática, un espacio en el que, si alguien decide ir sin el lazo, nadie que no sea ministro lo va a saber. Pero la vicepresidenta fue drástica: había que llevar corbata.

Y los ministros, todos los ministros, se la ponen obedientemente. Incluido el propio Sebastián, quien ayer, según De la Vega, acudió al Consejo con ella. "Hasta octubre no me pongo corbata, salvo si veo al Rey", había dicho el ministro un día antes. Una de tres: o el titular de Industria no cree tan necesario ahorrar energía en la Moncloa como en el Congreso, o prefiere no enfrentarse a De la Vega como lo hizo con Bono cuando le regaló un termómetro para que comprobara que el aire acondicionado estaba a toda máquina, o, por último, lo que ocurrió en el Parlamento fue más un gesto de autopromoción que otra cosa, dos días antes de un congreso del PSOE rodeado de cámaras.

Tras salir del Consejo de Ministros, Sebastián se quitó la corbata y acudió a la cumbre socialista con camisa rosa y chaqueta azul. Allí, salvo el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el catalán José Montilla y Bono, casi nadie llevaba una prenda que de ser considerada símbolo de autoridad o incluso --para algunas feministas-- emblema fálico, ha pasado a representar el derroche energético.

Pero todo esto son disquisiciones políticas sobre un asunto que, sobre todo, tiene importancia sociológica. Un asunto que, de ser llevados a sus últimas consecuencias los argumentos de la liga de los sin corbata , conduciría a desterrar la chaqueta en verano, lucir camisas de manga corta y no de manga larga, cambiar los zapatos por sandalias y los pantalones hasta los tobillos por los que se quedan en las rodillas. De darse esta hipótesis, es probable que Bono tuviera a los ujieres cargados de prendas clásicas, corriendo de un escaño a otro.

ORIGEN EN JAPON La corriente anticorbata salió de Japón. Tres años atrás, el entonces primer ministro, Junichiro Koizumi, decidió que los funcionarios podían dejar en verano el lazo y la chaqueta en el armario. El mismo acudía al despacho en manga corta. La imagen recorrió el mundo, pero no dejó de ser tratada como algo anecdótico. No debía de serlo tanto si la idea fue copiada por Gran Bretaña y ahora ha llegado a España.