Estaba pagando en el cajero del súper de Genaro, cuando este me preguntó: «¡Qué D. Salva! ¿Qué tal la caza?», y yo le dije: «Regular tirando a mal, Genaro. Bueno, por fin ayer cacé una perdiz como Dios manda, hombre». Y una señora, cara de comadreja y gesto de gato garduño, que estaba par de mí, soltó bien alto para que lo oyéramos: «Pues bien le podía haber salido el tiro por la culata y haberse matado usted, coño, que no piensan más que en matar».

Me quedé estupefacto; pero al instante reventé de ira, menos mal que sin consecuencias. «¡Señora!...mejor me callo y no le contesto; que el respeto que usted no me tiene, se lo tengo yo, aunque no lo merezca». Y salí del ultramarinos de Genaro escaldado y buscando la culata del revólver para descargar la ira o un saco de gimnasio para estrellar los puños. ¡Qué tía! Hay que tener odio en el corazón para verterlo de tal forma. En fin, dada la incultura y la disposición de esta sociedad para absorber el mensaje ecolatrista, no es de extrañar semejantes conceptos y actitudes. Está antes la vida de un animal que la de un hombre, por lo visto; por eso ella llevaba en su cesta de la compra una bandeja de chuletillas de cordero. Se conoce que esos corderitos se habían muerto porque sí y no porque un empleado del matadero les hubiera rebanado el gaznate.

Para qué darle más vueltas. Item: el otro día le enseñe la foto del móvil a un conocido en la que posaba, escopeta en brazos con la perdiz cobrada, y no le hizo pizca de gracia, me temo. El mensaje ecolatrista ha calado profundo, y muchos, muchísimos cazadores callan su condición por mor de que les afeen su conducta. No me callo, ea. Yo cazo, y el día que regreso bolo, que es la mayoría, llego enfurruñado y alicaído; pero si abato una perdiz y la cobro, oigo una orquesta celestial que llena de luz y alegría mi apesadumbrado ánimo. Y al que, o a la que, le moleste la caza que le den unas natillas con canela o un flan chino mandarín, por no decir otra cosa, señora.