Aunque solo una treintena de vecinos de la aldea evacuada de Kolontar no han podido alojarse en casas de parientes o amigos y duermen en el pabellón deportivo de Ajka, al recinto acuden cientos de personas a desayunar, almorzar y cenar. A cualquier hora también van desalojados a recoger provisiones básicas o intentar conocer su futuro, misión imposible que asimismo atrae a residentes en Devecser, población que vive con la maleta hecha por si se produce un nuevo vertido de barro rojo en la fábrica de aluminio MAL.

Zoltan Illés, secretario de Estado de Medio Ambiente, dijo ayer que el muro norte de la balsa de residuos tóxicos número 10 "se derrumbará seguro en un día, una semana o un mes", sin mayor precisión, y que posiblemente el muro oeste seguirá el mismo camino. "La buena noticia --continuó-- es que el derrame avanzará solo entre 500 metros y un kilómetro" porque los desechos que quedan son mucho más espesos que los que bajaron a "entre 60 y 80 kilómetros por hora" el lunes pasado.

En el centro social de la catástrofe en que se ha convertido el polideportivo de Ajka hay dilemas. Por ejemplo, el de un hombre --"no tengo nombre"-- que ha visto la localidad donde vive, Devecser, azotada por una ola de lodo abrasivo, pero que a la vez es uno de los 3.000 empleados de la planta causante del desastre. La previsión es que el Gobierno húngaro anuncie hoy si MAL puede retomar la producción de aluminio y cuándo.

MIEDO A PERDER EL TRABAJO El hombre espera que sea de inmediato. "Si además perdemos el trabajo, ¿qué?", se preguntó. También dijo que esta es la opinión de todos los compañeros con los que ha hablado. Y que nunca había temido que la industria pudiera provocar una calamidad. "En más de una ocasión he llevado a mi familia y a parientes que me han visitado a ver el complejo de cisternas de residuos", explicó.

Comprensible: es una estructura que más parece una construcción geológica que humana. Por su magnitud. Los muros se elevan como laderas de una colina hasta 25 metros. Coronado el camino hasta la balsa número 10, se ve un cráter de 10 hectáreas, según Illés, con un denso barro rojizo en su interior. La textura es como la de una playa de la que se ha retirado la marea hace un rato. El color, no. La pista discurre por encima de las paredes, de unos 10 metros de grosor. Al otro lado queda la cisterna nueve, con el fango rojo cubierto de líquido. Como el que había hasta el lunes en su hermana mortal. El boquete en el ángulo entre las paredes norte y oeste, por donde escapó el lodo, tiene 15 metros de ancho. Y por las grietas del muro norte que han aconsejado evacuar Kolontar puede caer una persona. Es el ojo del desastre, zona prohibida desde el lunes y que el secretario de Estado de Medio Ambiente enseñó ayer a la prensa.

Illés contó que el principal temor del Ejecutivo húngaro es que el hundimiento de los muros del contenedor que amenaza ruina afecte al número nueve, motivo por el cual se está bombeando el líquido que cubre el lodo a una piscina vacía.

PARTE INTACTA En la visita, Illés también mostró los trabajos de construcción de un dique que debe evitar que el nuevo vertido que el Gobierno da por hecho llegue a la parte intacta de Kolontar y a Devecser. "Lo estamos levantando para tener una seguridad del 100%, pero es imposible que la fuga llegue aquí", dijo. Aunque no había ni una piedra puesta, Illés afirmó que la obra estaría completada en "dos días, a lo sumo tres". No solo fue desconcertante que Illés mostrara una instalación y un territorio que, según él y el primer ministro, pueden sufrir una desgracia en cualquier momento. También lo fue saber que unos 20 habitantes del evacuado pueblo de Kolontar durmieron allí.