TNto soy bueno contando chistes y tampoco me apasionan demasiado. Me hacen gracia aquellos en los que hay malentendidos y juegos de palabras, como aquel de dos bilbaínos que iban caminando por la calle, vieron a lo lejos un cartel en el que se leía aceros inoxidables y uno de ellos pregunta con acento cerrado: - ¿Nos hacemos, Patxi ? Hay gente que ha vivido chistes en tres dimensiones y yo escuché a un señor en una ferretería pidiendo una olla de acero inexorable. Me entraron ganas de reírme y aclararle su error, pero recapacité porque quizá esta persona quería una con esas características. La semana pasada me ha parecido de chiste cruel, de esos que mezclan todos los colores y que al final te entran ganas de llorar o de llamar a la policía para que se lleve detenido al emulador de Chiquito de la Calzada. Falange sienta en el banquillo a Garzón por tratar de investigar los crímenes del fascismo, que es como si el partido fundado por Hitler hubiera empapelado a los jueces de Nürnberg. Luego los 50.000 folios en los que nos explican a qué manos han ido a parar los dineros de cada currito que paga una hipoteca desmesurada y que, como podíamos imaginar, se van a los bolsillos de recalificadores y ladrones sin escrúpulos. Pero lo peor de este chiste macabro es que hay demasiada gente que cree que todo esto no se puede evitar, que la condición humana es inseparable de la corrupción, que el que roba una gallina va la cárcel pero quien se lleva cuatro millones se salva pagando una fianza de tres, y que estamos ante el triunfo de lo inexorable. Como la olla de aquel señor. Que no cunda el desánimo, por favor.