TLta historia está plagada de magníficas ideas novedosas que en realidad son plagios de viejos inventos. IKEA, sin ir más lejos. ¿Cuál es el secreto de su éxito? ¿Que pone a tu disposición un sin fin de artículos a bajo coste para que tú termines de montarlos en casa? ¿Y eso es todo? Pues vaya birria de novedad: eso ya lo hizo Dios en el Antiguo Testamento. Puso los materiales para construir un mundo más o menos perfecto, pero luego se desentendió del asunto. Apáñatelas como puedas y termina tú de montarlo en casa, parece que le dijo a Adán . Y desde entonces para acá no hacemos sino montar y desmontar el cacharro sin que jamás nos cuadren todas las piezas. Cuando no nos sobran bocas, nos faltan alimentos. Sin embargo, el mundo está ahí, como los muebles del IKEA, completo, generoso y despiezado, a la espera de una mente organizada que sepa ponerlo en marcha y darle un uso racional. Lástima que no traiga instruciones de uso. En eso le lleva ventaja IKEA a Dios. Nos habríamos ahorrado muchos litros de lágrimas y las reuniones del G8. O a lo mejor sí lo trae y no somos capaces de leerlo. Porque no es el hombre tan listo como dicen. Estos días atrás he visto El Incidente, de Shyamalan --película, por otra parte, perfectamente prescindible--, en la que aborda de modo alegórico este asunto. Cuenta la fábula de cómo las plantas se vengan de los hombres por el mal uso que hacen del planeta. Pero esta alegoría es poco creíble por dos motivos: primero, porque la venganza, como todo acto de crueldad, es patrimonio de los hombres. Segundo, porque es un coñazo de película. Y yo fui tan inhumano que llevé a mi hijo al cine en vez de pasar el día en el IKEA. Por cierto, por qué llamamos inhumano precisamente a las cosas que sólo pueden hacer los humanos. Qui lo sá.