Cuando murió Pablo VI en 1978, la jerarquía eclesiástica participaba de las mismas dudas que el Papa, a quien con razón había llamado hamtletiano. La elección del cardenal de Venecia Albino Luciani, en razón de su trato humilde y su sonrisa --único legado que ha dejado al mundo-- fue un fracaso a causa de su súbita muerte, al cabo de 35 días, y entonces los cardenales debieron afrontar la realidad y optaron por un cardenal joven, con buena salud y al que no le temblara el pulso en el gobierno de la Iglesia, ni le torturaran las dudas ante las decisiones.

FUERZA NECESARIA Los cardenales creyeron que se necesitaba un hombre fuerte para reconducir el aparente caos posconciliar en el que se cuestionaba la piramidalidad tanto de la doctrina como de la disciplina. Y Woytila no tardó en ser calificado de "contradictorio" o como dijo Miquel Batllori: "Difícil de encajar sin matices entre los papas de derechas".

En el campo doctrinal Juan Pablo II frenó la teología de la liberación que, básicamente, estaba encarnada y localizada en la iglesia latinoamericana, y también frenó cualquier intento de encontrar nuevas pautas en la moral sexual que, a pesar de la decisión cerrada de la Humanae Vita , se abrían camino en publicaciones diversas y en múltiples consejos de confesionario.

Los teólogos que a inicios de los años 80 eran más intrépidos y atrevidos fueron seriamente amonestados y advertidos si no silenciados por la intervención de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que, a nivel coloquial, no ha perdido su antiguo nombre de Santo Oficio, y ha vuelto a imponerse, severo, como antaño, antes del concilio.

Hans Küng, Charles Curran, Gustavo Gutiérrez, Leonado Boff o Eugen Drewerman han sido los teólogos más significativos, algunos líderes intelectuales de la teología de la liberación, que han recibidos severos monitums del Santo Oficio.

Fue en Puebla, en 1979, donde ya Juan Pablo II mostró, en su primer viaje, su estilo para reconducir la teología liberadora o matizar la opción por la justicia y los pobres que había realizado la iglesia latinoamericana. Sin cambiar los objetivos se matizaron las formas, pero a partir de allí, se insistió en evitar el compromiso político de los sacerdotes y, sobre todo, gracias a la hábil actuación de algunos obispos favorables a Woytila, se domesticó este campo. El mismo Juan Pablo II llegó a afirmar, en febrero de 1996, en un viaje de camino a América Central, que "después de la caída del comunismo también ha caído la teología de liberación".

LA BASE, SOSPECHOSA Las comunidades de base, impulsadas después del concilio, han manifestado que después del viaje de Puebla "lo que en otro tiempo aparecía excelente se ha convertido en sospechoso, peligroso e incluso herético. Las comunidades eclesiales de base han pasado a estar bajo el control de la jerarquía. El silencio y la sospecha se han abatido sobre ellas".

Para completar el desarraigo de las corrientes progresistas con las líneas emanadas del papado, deben también señalarse el invierno del ecumenismo y su visión clásica del sacerdocio, frenando cualquier intento de caminar hacia la ordenación sacerdotal de personas casadas y negando el acceso de las mujeres a las órdenes sagradas.