TNto sirve querer. Aun a costa de presumir que no vamos a hacer nada, ponemos la lanza en ristre, "inclinamos las caras de suso los arzones" y al ataque. Es decir, que primero la colación en la churrería y luego al cazadero a patear la mañana.

Como no llueve, el cielo está despejado y no hiela, lo que cae es un rocío como una manta de agua, de modo que a medida que caminamos por el pasto nos ponemos pingando botas y bajos de los pantalones. Menos mal que las botas son impermeables y los pies acaban indemnes del aguachinal del suelo.

Fuimos R., Ari y un servidor. Le dije a R. que se pusiera donde él sabe, que Ari y yo le daríamos a un rodal espeso de monte alto y bajo, a ver si le echábamos alguna pieza. Y Ari y yo nos sumergimos en la espesura, dale de acá, dale de allá. En un mínimo claro se quedó de muestra ante un barzal tupido, del que brotó una rabona que no me dio lugar ni a echarme la escopeta a la cara, maldita sea.

La misma vaina un rato después, harto ya de no ver nada y de apartar ramas a un lado y otro: sentí el arranque de una patirroja y fui a verla cuando iba ya en Pekin de las Monas; le alumbré un tizonazo en vano, molido ya de impotencia y encono. Otra vez Ari que levantó a la rabona, a la que ni vi siquiera; pero esta tuvo mal tino, porque fue a salir del barzal por donde la esperaba R. que de inmediato le dio visa para el Olimpo. Esta semana arroz con liebre. Luego una legua más buscando ocasión que nos evitó esquiva. Esto casi se acaba. Quedan el 3 y el 6; luego lo que dijimos: caza sembrada.

Y recuerdos, muchos recuerdos.