Los falsificadores no solo han hallado en el ciberespacio un territorio sin ley por el que campar a sus anchas. Gracias a la impunidad que ofrece a los delincuentes la falta de una regulación más concreta, internet se ha convertido en el gran laboratorio de la copia fraudulenta, en la musa que inspira a las mentes perversas para falsificar lo impensable. Desde trajes de novia hasta diplomas académicos y medicamentos, todo se suma a los tradicionales relojes, joyas y ropas de pega, como evidenció ayer en rueda de prensa Francesc Casals, director de La Ciudad del Crimen, una agencia de noticias especializada en delitos y ciencias criminológicas.

Mientras no haya una estrategia conjunta "y transnacional" entre gobiernos, cuerpos de seguridad y fabricantes --reflexiona Casals--, los falsificadores seguirán inundando el mercado de productos ilegales. Y seguirán pensando en qué más pueden copiar, por burda que sea la copia, para obtener grandes beneficios. Solo deberán maquinar cuál será el próximo artículo suplantado (el 6% de los objetos originales que tienen éxito se falsifican antes de un año). Porque la red ya les ofrecerá después todo el aparato logístico para llegar al cliente.

Algunas webs permiten crear códigos de barras que después solo hay que enganchar al producto para que denote más calidad. Los grandes buscadores tipo Google tampoco se esmeran en aumentar los filtros, asegura Casals.