«Está arrepentido, pero está con él y es feliz», comentaba ayer, en la puerta de la prisión de Palma, Antoni Monserrat, abogado de Francisco Abas, el joven zaragozano de 20 años que «por amor» ayudó a su amigo, Andreu Coll, de 18, a matar a su padre a golpes en el municipio mallorquín de Alaró. Ambos, adictos a los videojuegos violentos, están en el módulo de enfermería de la prisión tras ser objeto del protocolo antisuicidio solicitado por el médico forense que los examinó.

El parricidio ha conmocionado a la isla por la brutalidad de los dos jóvenes cuando el pasado día 30 acabaron a golpes con la vida del empresario Andreu Coll Bennàssar, quien había amasado una fortuna de más de 50 millones de euros en negocios inmobiliarios, hosteleros y del sector del juego. Andreu, el menor de sus tres hijos, con quien convivía desde su separación y mantenía una mala relación, había fabricado hacía dos meses un arma aterradora, un palo con clavos de 10 centímetros a izquierda y derecha, a modo de maza medieval, inspirado en el artilugio de uno de sus juegos predilectos, en el que se ganan puntos matando zombis.

La noche del 29 de junio, su amigo estampó esa maza contra su padre, previamente dopado con somníferos; el golpe fue muy débil, el padre pareció despertar antes de volver a caer en el sopor narcótico. Los jóvenes se asustaron y esperaron al día siguiente para intentarlo de nuevo con más saña. Además de la maza, emplearon un martillo y un jarrón. Tras asestarle más de 40 golpes, su hijo le golpeó con un bafle de música y acabó con su vida. Los dos jóvenes limpiaron las huellas y la sangre con lejía. Tras ducharse, Andreu cogió el Land Rover de su padre y lo condujo hasta otra población, Bunyola, donde abandonó el cadáver tras quitarle el Rolex y los anillos para simular un robo. Los dos amigos asistieron al funeral días después, pero a la salida les esperaba la Guardia Civil: aunque las primeras pesquisas apuntaban a una posible venganza por negocios, las periciales con infrarrojos permitieron identificar huellas y dar con los auténticos asesinos, que acabaron confesando el crimen. El móvil, eso sí, sigue siendo objeto de elucubraciones.

Un amor no correspondido

«Tras acabar con mi padre, pensé que Francisco y yo viviríamos mejor, que se acabarían las vejaciones», le dijo Andreu al juez, y reconoció que vivía con su padre «por el dinero». Según contó, su padre le había asignado 650 euros mensuales por ayudarle en los negocios y le ninguneaba constantemente. Pese al exiguo sueldo, el joven tenía a su disposición varias motos y un Audi.

Andreu y Francisco se conocieron hace año y medio en internet. Estaban enganchados al videojuego violento Call of duty y a otros como Dead Rising 2, Infamous2 y Assassin Creed III, a los que dedicaban hasta 12 horas diarias. Conformaban una especie de pareja virtual y se enfrentaban a otros jugadores. Hace unos meses, Andreu, que en la red se hacía llamar TacticoMen, fue a Zaragoza a conocer a su compañero, que acabó enamorándose de él. «Ese amor no es correspondido, pero le iba como compañero de play», aseguró el letrado de Andreu, Laureano Arquero.

Francisco le devolvió la visita. Ambos se pasaban días enteros ante la pantalla en el chalet paterno. Unas semanas antes del crimen, el padre había hecho a Andreu heredero universal, aunque su letrado descarta el móvil económico. «Lo hablaron, pero como dos niñatos, sin ser conscientes. Andreu lo hizo en un momento de ofuscación por el trato de su padre», insiste su abogado. «Fue por amor», le respondió Francisco al juez cuando este le preguntó qué le había inducido a participar en el crimen. El padre y la hermana de la víctima, a su vez abuelo y tía de Andreu, se han personado como acusación. Sus defensas alegan trastorno para rebajar los máximos penales. El caso lo verá un jurado.