El sol radiante en un cielo despejado, el metro funcionando casi con total normalidad, la actividad en los mercados bursátiles que reaccionaban con alzas equivalentes a un suspiro colectivo de los inversores y los aviones volviendo a volar hasta y desde los tres aeropuertos locales hacían ayer sentir, en la ciudad de Nueva York, al Irene como una lejana ensoñación.

Pero si la urbe se recuperaba de los discretos efectos y las fuertes medidas preventivas ante lo que en su suelo y cielo fue tormenta tropical, sus suburbios y muchas otras zonas de la costa este seguían sumidas en las consecuencias de un huracán.

Vermont afrontaba ayer, posiblemente, las peores inundaciones en un siglo; de los siete millones de personas que han perdido en distintos estados de la costa este el suministro eléctrico estos días, entre cuatro y cinco millones seguían ayer sin él y con perspectivas de continuar igual durante días y la cifra de víctimas mortales en nueve de esos estados alcanzaba las 32 personas.

Las aseguradoras calculan que la factura dejada, pese a no entrar en los libros de récord que siguen dominando los 31.000 millones que costó el Katrina (de cuya llegada a Nueva Orleans ayer se cumplían seis años), rozará los 7.000 millones de euros y los estados y Washington, ya con el agua al cuello en arcas ahogadas por la crisis, sumaban otro gasto de emergencia.

"Seguimos lidiando con el impacto y las consecuencias del huracán", advertía ayer el presidente, Barack Obama, que explicó que "llevará tiempo recuperarse de una tormenta de esta magnitud" y prometió que no faltarán medios humanos y económicos para hacer frente a esos gastos desde la capital.

El Centro Nacional de Huracanes ha admitido que erró en algunas de sus predicciones, anticipando mayor potencia al Irene de la que acabó teniendo, por ejemplo, en Nueva York, y las autoridades han mantenido la firme defensa oficial, compartida por muchos ciudadanos, de las serias medidas preventivas adoptadas, como la evacuación de 2,4 millones de personas en la costa este o la inédita clausura del transporte en Nueva York.

Entre las dianas de críticas de los ciudadanos ninguna hay más visible que los medios de comunicación y, sobre todo, las televisiones a las que muchos culpabilizan de haber contribuido a crear una sensación de alarma no justificada.