Le he escuchado a un amigo escritor hablar sobre la necesidad de destildar ciertas palabras. Qué hermoso vocablo, destildar, y qué poco se emplea. Nuestros académicos deberían recuperarlo para el diccionario de la RAE y de paso hacer otro tanto con irreflexionar , uno de los verbos más practicados por el ciudadano medio. Si somos irreflexivos por naturaleza (que lo somos), ¿por qué no reconocer lo mucho que irreflexionamos? Se alegará que no existe esta palabra porque conlleva un matiz negativo, y yo responderé que nuestra lengua está plagada de voces de este tipo. Lo digo, más que nada, porque si afirmáramos que reflexionamos poco, mentiríamos. Más bien, irreflexionamos, es decir: no reflexionamos en absoluto. La prensa es fiel espejo de esta desvirtud . Un ejemplo: el del juicio moral que algunos ciudadanos y determinados medios de comunicación le han hecho a un joven, Diego Pastrana , a quien se acusó de violador y asesino de la hija de su compañera. Pues bien, era inocente. Los culpables de este desaguisado --he aquí una palabra con valor negativo-- fueron los doctores que desdiagnosticaron las causas de la muerte de la niña.

Leemos también que un desconocido ha agredido a Hermann Tertsch . Muy mal. Pero qué decir del propio Tertsch, que ha llegado a afirmar en el telediario que dirige que si pudiera matar a quince o veinte miembros de Al Qaeda por liberar a nuestros tres compatriotas, lo haría sin la menor duda . (¿Es esto periodismo?). Similar ataque sufrió Berlusconi el pasado domingo por parte de un desconocido. Todo sea para hacernos saber que los irreflexivos siguen ahí, calentando motores.