No hace mucho, el colegio público Murgis de El Ejido (Almería) decidió dar una mano de pintura a todas sus paredes exteriores. A todas menos a una, la pared del patio que alberga desde hace tiempo la pintada más recurrente en la zona: "Moros, fuera". Lo que en otra parte podría considerarse una desafortunada anécdota, en la capital de la agricultura intensiva supone una triste confirmación: la islamofobia anida en lo más profundo del tejido social, incluso en el educativo, por mucho que de cara a la galería a los políticos se les llene la boca de tolerancia e integración.

Las continuas y silenciadas agresiones contra inmigrantes marroquís contrastan con los siempre amplificados delitos que se les atribuyen. El modus operandi no varía. Un marroquí va o vuelve del trabajo por el laberinto de caminos que pespuntean los invernaderos, donde se ubican sus infraviviendas. Uno o varios coches se acerca con un grupo de autóctonos. A Mohamed Tourabi le dieron una paliza y perdió una pierna. A Najib Chamou le destrozaron un brazo. A Jillali Hried le abrieron la frente. A Abderraman Ziani le cortaron una oreja. A Belkacem El Mahdi, un pulgar. A Mimoun Karmani lo dejaron ciego. Entre 2003 y 2006 han sido denunciados y aún no resueltos unos 50 casos similares, pero son más los que callan: agredidos y testigos sin papeles que temen la expulsión y las represalias.

Balas e insultos

No son ataques vinculados a reyertas ni ajustes de cuentas, sino escaramuzas rápidas y cobardes aderezadas con insultos y carcajadas. Y rara vez son investigadas. La noche del 11 de octubre de 2005, los ocupantes de una furgoneta blanca C-15 se dedicaron al macabro juego de la caza del moro con una escopeta de aire comprimido. Larbi Chaibita estaba sentado en la puerta de su casa, un cortijo en ruinas en Santa María del Aguila, epicentro del gran estallido racista del 2000 en El Ejido. Recibió un impacto que le dejó un balín dentro del pulmón. Media hora después era Masad Essandi el que sentía el balín en un muslo, cuando hacía el té en la puerta de su casa, en el barrio de San Agustín. Hubo más, pero solo ellos osaron denunciar.

La complicidad institucional es más preocupante que los propios ataques racistas. Las denuncias contra la policía local de El Ejido por malos tratos contra marroquís se acumulan y un detallado informe enviado al Defensor del Pueblo Andaluz detalla su carácter y reincidencia: golpes, insultos y humillaciones. Desde entonces, el policía local que más sembraba el pánico, apodado Sharon, ha sido apartado de la calle, pero no fue sancionado. Sharon acostumbraba a rociar con spray inmovilizador a sus víctimas y a menudo destrozaba sus locales comerciales.

"A menudo nos obligan a bajarnos los pantalones", dice Aziz, un joven de Kenitra que vive en una chabola. "Los empresarios --añade-- saben que vivimos aquí, junto a sus ricos campos y en condiciones infrahumanas, pero les da igual. Solo les preocupa su negocio. Y la policía no nos da problemas por no tener papeles, siempre que no nos acerquemos al pueblo".

Un marroquí de Nador que prefiere no identificarse realiza su propio diagnóstico: "La fractura racial es enorme. Ningún español se fía de un marroquí, ni viceversa. La gente se cruza de acera. Por el día pasean de día los españoles, pero de noche solo nosotros. Para ellos somos terroristas. En las discotecas de El Ejido es normal que si va una pareja de chico marroquí y chica rusa, dejen pasar solo a la chica".

La mayor vergüenza institucional fue el acuerdo entre PP y PSOE en el Ayuntamiento de El Ejido para pedir el indulto de dos empresarios que en el 2004 golpearon con bates de béisbol a tres marroquís. Fueron condenados a 15 años de cárcel cada uno por el Tribunal Supremo, que destacó su "nulo arrepentimiento" y las "continuas trabas" para recabar pruebas en la zona. El PSOE relevó a todos sus ediles ejidenses.