En el despacho tiene tres televisores y los tres los tiene en marcha. Mudos, pero chuflando. En los tres aparece Pedro Sánchez. Los televisores levantan un muro a su diestra. Por la siniestra, más allá del tresillo de cuero negro, la puerta de entrada. El despacho ocupa una de las esquinas de la primera planta del edificio. Los ventanales se suceden uno tras otro. Una pizarra de papel le da cierto aire académico a la estancia; en la hoja que asoma alguien ha escrito, supongo que él, palabras propias de un míster en su vestuario. La política es un estado de ánimo. Y en mayúsculas, todo en mayúsculas: intensidad, metodología, comunicación. La decoración es añeja. Más o menos lo que uno espera encontrar en el despacho de un alto cargo. Una bandera nacional. Suelos de madera clara, mesa de trabajo en madera oscura y tapete de piel verde. Un cuadro feo, oscuro y tenebroso, enmarcado en holandesa, es lo único que cuelga a su espalda. A la derecha, una lámina anodina de más blanco que color. En la mesa, una jarra de agua fría (para los malos tragos, supongo) y los periódicos del día, incluidos El Correo y el Diario Vasco. Algo escondido, se abre un amplio espacio que alberga una mesa de reuniones, y, más allá, un pequeño habitáculo, a modo de archivo, que da paso un cuarto de baño con ducha, como los de las gasolineras. Y la sensación de que la historia de España pasa varias veces al día por allí.

Si aquel fuera mi despacho, no querría irme. El torbellino del poder te atrapa. Estás en el centro del ruedo. Y allí, en tu despacho, se oyen, atronadores, los murmullos, los jaleos, las ovaciones y las broncas del respetable. El que paga la juerga. El que en taquilla decide cada cuatro años. Más o menos. Más o menos decide. Más o menos cada cuatro años. Pero tú estás allí, en la boca de riego del coso, a los pies de una lámina de quita y pon, fea como un parte médico, iluminado por ventanales sin cuento y con una ducha de carretera por único refugio.

«Semillas» es un edificio con hechuras palaciegas y vocación de faro. De los del Complejo de la Moncloa es el que más alumbra. Dos plantas y siete buhardillas. Ladrillo rojo, granito y tejados de pizarra. Levantado en 1950, en su día perteneció al Ministerio de Agricultura. En él se trabajaba con las mejores semillas de la agricultura nacional. De las semillas queda el nombre y poco más. Un guardia civil te recibe con el tricornio por bandera. Entra y sale gente tirando a seria. Militares con maletines a los que les brillan aún más los zapatos que las medallas. Y secretarias en número indeterminado; las mismas que, amablemente, te sirven café y pastas. Siendo Iván vasco bien pudieran ser pastas Artiach. Se lo pregunto, sonríe, la pregunta le ha sorprendido; no contesta. Dudo si coger una o evitar las migas. Uno siempre teme dejar migas en un sitio así. Él tampoco come pasta alguna. Me dicen que come, malcome, a menudo en el propio despacho. Un sándwich. ¿Ustedes se fiarían de un tipo capaz de aguantar el peso del Estado sobre un minúsculo sándwich? El vasco que come sándwiches tiene cruce de algo. De coach por lo menos.

Iván se da cuerda él solo. Habla de lo suyo una y otra vez. Apasionadamente. No hay manera de sacarle del carril aúlico para llevarle a las fruslerías de los mortales. Lo suyo es la política. Un sacerdocio. Un cuarto voto. Habla convencido de sus propios argumentos. Mientras le escucho, reparo en los dos libros que ha escogido para la mesa baja donde aún me tientan las pastas. Uno es de la Fundación Pablo Iglesias: La política socialista en los ayuntamientos de Manuel Corpa; libro que, por cierto, presentó Alfonso Guerra, ocupante de este mismo despacho cuando todavía era menester cambiarle los primeros pañales a Iván. El otro es el catálogo de una exposición del Reina Sofía, Pessoa. Todo arte es una forma de literatura. Nada dice más de lo que queremos decir que los libros que dejamos a la vista de quien nos visita.

¿Quién es Iván Redondo? No lo sé. Me gustaría saberlo. Parece un ser humano; al menos así lo hace sospechar cierto rubor que le asoma en las mejillas. Director del Gabinete de la Presidencia del Gobierno reza el anverso de su tarjeta, Chief of Staff Presidence of the Government, el reverso; pero conviene mirarlo de canto. Avizoro de reojo las pastas, siento dejarlas en el plato. Me voy, vienen unos señores muy importantes a tratar asuntos tan importantes como ellos. Por supuesto Ad maiorem Dei gloriam que diría otro guiputxi, San Ignacio, el de Loyola. Y ya saben, escrito en rojo, lo mismo que en azul (tanto monta, monta tanto): intensidad, metodología y comunicación.