Japón conmemoró el segundo aniversario del tsunami que asoló sus costas con deberes por hacer. Los afectados recriminan la lentitud de la reconstrucción de las zonas más devastadas a Tokio, que aún no ha salido de su tradicional laberinto nuclear. El Gobierno de Shinzo Abe se propone la reapertura paulatina de las centrales, ante un movimiento antinuclear que pierde empuje.

Las sirenas en la costa nororiental volvieron a sonar ayer a las 14.46 hora local, instante en el que dos años atrás se producía el seísmo de nueve grados que generó un tsunami. Sus olas de hasta 40 metros borraron del mapa decenas de pueblos y causaron 16.000 muertos y 3.300 desaparecidos. De la mayor desgracia natural de la historia de Japón germinó días después la peor crisis nuclear mundial desde Chernóbil. Japón aún paga la factura humana, económica y política de aquellos días.

Tokio se ha esforzado en barrer los escombros de los pueblos arrasados por la ola y limpiar la radiación de la planta nuclear de Fukushima, cuyos reactores se fundieron después de que los sistemas de refrigeración fallaran. En total hay aún unos 300.000 evacuados que no saben cuándo podrán regresar a sus hogares, ni siquiera si lo harán. En los últimos tiempos se ha barajado la cifra de diez años.

En el caso de los evacuados por la cercanía a la central de Fukushima se añade el miedo a las secuelas en el futuro, especialmente en los niños. El nuevo Ejecutivo de Shinzo Abe ha ampliado los presupuestos para la reconstrucción y ha visitado varias veces la zona. Ya se han construido carreteras, edificios y líneas de tren, pero el ritmo es desesperadamente lento.

El país sigue atrapado en su dilema nuclear. Japón sacaba de las centrales nucleares el 30% de su energía, planeaba elevarlo al 50% y el movimiento antinuclear ocupaba los arcenes sociales. El desastre, que hundió el mito de una energía barata y segura, provocó el apagón nuclear. Hoy solo funcionan 2 de las 54 centrales nucleares en el país, abiertas como último recurso para paliar el déficit energético durante el verano.

El anterior Gobierno prometió un proceso progresivo que borraría la nuclear de Japón en el 2030, en la línea de las masivas manifestaciones antinucleares que se sucedieron el año pasado con el apoyo de celebridades como el nobel de Literatura Kenzaburo Oe y el músico Ryuichi Sakamoto. El cuadro ha cambiado con el regreso al poder en diciembre del conservador Partido Liberal Democrático.

LA CRISIS APRIETA Shinzo Abe ha prometido estimular la economía, que ya sumaba dos décadas gripada cuando llegó el tsunami. La importación de hidrocarburos para compensar la falta de energía ha arruinado la balanza comercial, que el pasado año fue deficitaria por primera vez. Se teme que la carestía de la energía empuje a muchas firmas nacionales a producir fuera y se dispare el paro. Abe es partidario de la reapertura paulatina de las centrales siempre que cumplan los nuevos requisitos de seguridad, fijados por la Autoridad de Regulación Nuclear. El proceso empezaría en julio.

El movimiento antinuclear ha perdido empuje y adeptos, vencido por la crudeza económica y la realidad de un país sin recursos energéticos que sustituyan a la energía nuclear. Una reciente encuesta en un diario revelaba que el 70% apoyaba el apagón nuclear, pero un porcentaje similar defendía a Abe, quien ha dicho desde el principio que no habrá recuperación sin centrales. La factura de 230.000 millones convierte el tsunami en el más caro de la historia.