Japón podría arrojar el agua radiactiva de Fukushima al océano. Lo desveló ayer el Ministerio de Medio Ambiente, sin concretar cuándo ni cuánta, y el anuncio ha sublevado al sector pesquero local, a los ecologistas y a los gobiernos vecinos. La indignación explica que el Gobierno aclarase horas después que la decisión aún no es firme y que espera el informe encargado a expertos. Tranquilizar al mundo sobre Fukushima es una cuestión primordial para el Ejecutivo de Shinzo Abe cuando falta menos de un año para que Tokio albergue los Juegos Olímpicos.

«La única opción será evacuarla al mar para que se diluya», había sentenciado horas antes Yoshiaki Harada, titular de Medio Ambiente. La gestión del agua marina utilizada para enfriar los tres reactores dañados continúa sin resolverse casi ocho años después de aquel tsunami que barrió la central. Tokio invirtió casi 300 millones de euros en un revolucionario anillo helado alrededor de Fukushima para impedir que el agua contaminada de los reactores se filtrara al subsuelo. Ha sido un éxito parcial, reduciendo el caudal desde las 500 toneladas al centenar, pero no lo ha detenido.

Así que Tepco, la compañía que gestiona la central, afronta ya un problema matemático: el millón de toneladas de agua radiactiva recogidas hasta ahora han sido almacenadas en un millar de tanques, pero en el 2022 habrá agotado su espacio. La solución ideal consiste en reducir la concentración de materiales radiactivos hasta que cumplan los estándares de seguridad, pero existen serias dudas de que la tecnología actual lo permita y, en todo caso, las expectativas más optimistas señalan que nunca sería antes de 17 años. Tepco ha insistido en que el agua solo contiene tritio, un isótopo de hidrógeno que es difícil de erradicar pero que supone un riesgo mínimo para el hombre. No es raro, de hecho, que centrales nucleares costeras lancen agua con tritio al mar. Pero documentos oficiales filtrados a la prensa alertan de otros materiales más inquietantes como rodio, cobalto, yodo o estroncio.