Tampoco en Japón hay reformas sin tragedia. Tokio ha necesitado tres semanas de crisis para anunciar que le lavará la cara a su sector nuclear, tan desprestigiado como imprescindible. En ese renovado paisaje faltará Fukushima, formalmente condenada a desaparecer con independencia de cómo y cuándo resuelva su batalla con los operarios.

Tokio se dirigió a las empresas que gestionan las cerca de 60 centrales nucleares de todo el país para informarles de la nueva normativa, claramente inspirada en la problemática actual. Incluye la presencia de camiones de bomberos listos para actuar en cualquier momento, un sistema de energía de urgencia por si falla el principal, mecanismos suficientes para refrigerar los reactores y las piscinas, la revisión de los manuales de actuación y mayor entrenamiento de sus trabajadores.

PRISAS Llegan las prisas, como admitió el ministro de Economía, Comercio e Industria, Banri Kaieda: "Son los pasos mínimos e inmediatos que se nos ocurren en estos momentos", dijo ayer. Las empresas tienen un mes para darlos. La medida navega entre el oportunismo y la desesperación, con el país de uñas con el Gobierno y Tepco, la empresa que explota la central de Fukushima.

La crisis actual aúna la corrupción y la incompetencia de Tepco en un ecosistema turbio. "Hace tiempo que pienso que todo en el sector es basura", ha dicho Taro Kono, del opositor Partido Liberal Democrático. Para James Cole, físico de la Universidad de Tsukuba y experto en radiación, la acumulación de escándalos, "demasiados para recordarlos todos", impide pensar en Tepco como una oveja negra. "Pero desde luego es la más negra --continúa-- dentro de la cultura corrupta de la industria nuclear". "El Gobierno y la gente más leída conocía las irregularidades. Como en otros países, el resto solo presta atención después de la tragedia", prosigue Cole.

Tokio opta por sanear el sector antes que clausurarlo. Los expertos sostienen que Japón, escaso de recursos naturales, no puede renunciar a la energía nuclear. Así parece comprenderlo la ciudadanía: en el marco antinuclear más idóneo, solo ha habido manifestaciones minoritarias.

REACTORES ARRUINADOS Tepco asumió ayer por primera vez que cuatro de los seis reactores de la central de Fukushima serán desmantelados después de la crisis. No era necesario el reconocimiento. Los expertos ya habían señalado que las miles de toneladas de agua salada vertidas para refrigerarlos los arruinarían. La empresa pospuso la medida cuanto pudo, consciente de que sería el fin de su joya de la corona. El Gobierno repite constantemente desde el 20 de marzo que toda la planta, incluidos los dos reactores rescatables, está condenada.

La central nuclear dejará una factura costosa en la prefectura de Fukushima. No solo en los sectores pesqueros y agrícolas, que arrastrarán el estigma radiactivo durante años en un país donde la salud alimentaria es innegociable. También en los pueblos que han crecido al calor de la central y de sus bien remunerados puestos de trabajo.

La jornada de ayer transcurrió entre los diarios cómputos de bajas y los contratiempos de la central. Son ya 11.232 muertos y 16.361 desaparecidos por el binomio seísmo-tsunami que asoló la costa noreste casi tres semanas atrás. Unas 400.000 personas han sido evacuadas, a las que se sumarán otras 130.000 más si el Gobierno extiende el radio de exclusión desde los 20 hasta los 30 kilómetros.

La atención en Fukushima se centra ahora en el agua radiactiva. La del mar cercano a la central contiene niveles de yodo que multiplican por 3.355 los permitidos. Es la mayor lectura hasta ahora y dobla la del fin de semana pasado, aunque el Gobierno insiste en que la vida media del yodo radiactivo (unos ocho días) y el efecto disipador de la inmensidad del océano evitan que sea peligroso. La radiación proviene de los núcleos de los reactores, aseguran los expertos.

RESINA COMO SOLUCION Una imaginativa solución para evitar la propagación de las partículas radiactivas consiste en esparcir resina por la planta. Se probará a partir de hoy, señaló la empresa, que espera que "las partículas se peguen al suelo". Japón recibirá la ayuda en breve de tres expertos franceses de la compañía estatal Areva y de robots de Estados Unidos que resisten altas dosis de radiactividad.