Si tuviera que elegir al músico más singular de la historia del jazz no me decantaría, como sería lógico, por uno de esos genios negros de labios gruesos y carrillos hinchados nacidos en Estados Unidos, cuna del jazz. No, me quedaría con un gitano belga, blanco y nómada que llegó a tocar la guitarra como nadie: Django Reinhardt . Resulta paradójico que el gitano de los dedos de oro , para muchos el mejor guitarrista de jazz, no tocara exactamente jazz sino un extraño swing pasado por el filtro de la tradición musical gitana del este de Europa. Su estilo musical, como les ocurriera a otros intérpretes, vino marcado por sus limitaciones físicas, en este caso la parálisis de los dedos meñique y anular de la mano izquierda, secuelas del incendio que sufrió el carromato en que vivía con su mujer. Tratando de hacerle más llevadera la estancia en el hospital donde estuvo ingresado un año y medio, su hermano, también músico, le llevó una guitarra, que a partir de ese momento iba a ser su amiga inseparable. Django, que hasta entonces había tocado el banjo, se las apañó para hacer de la necesidad virtud: inventó un sistema de digitación que le permitiera tocar con los dedos sanos de su mano izquierda: el índice y el medio.

Analfabeto, autodidacto, vanidoso, indisciplinado, derrochador y jugador compulsivo, Django triunfó en los años 30 con el Quintette du Hot Club de France, donde selló una colaboración memorable con el violinista Stéphane Grappelli .

Reinhardt murió a los 43 años de un ataque al corazón. Hacía ya tiempo que había abandonado su guitarra porque, según le confesó a Grappelli, la música le aburría.