Solamente los auténticos aficionados a los toros habrán entendido qué ocurrió ayer en la Monumental de Barcelona. La encerrona de José Tomás frente a seis toros seis elevó de nuevo a arte al toreo. La corrida tuvo momentos grandiosos, otros aparatosos, ante un público tan entregado que solo verlo irrumpir en el ruedo se puso en pie y le ovacionó como el que acaba de ver aparecer a un dios. Aquí podía haber concluido la gran cita. La piel de gallina de los 19.000 espectadores que aplaudieron el paseíllo ya merecía los 85 euros de la entrada de sombra; no sé si los casi 4.000 que algún ingenuo pagó a los reventas que acabaron haciendo rebajas hasta los 50, cuando ya había salido el primer toro al ruedo. Sepan que lo que hizo Tomás fue llevar al extremo la defensa de los toros en Barcelona, la ciudad que desde no hace mucho comienza a conocerse por declararse antitaurina.

La corrida no tuvo la magia del retorno a los ruedos (en Barcelona tuvo que ser, el 17 de junio del 2007) por culpa de los seis toros elegidos por José Tomás y su cuadrilla de las ganaderías Núñez del Cuvillo, Victoriano del Río Cortés y El Pilar. Malos, bastante malos, mansurrones, dubitativos y sin el fuste que se merece el torero más grande que actualmente pisa las plazas. La decepción, sin embargo, no importó porque pudo contemplarse el arte de un hombre que vale por todos los demás que visten el traje de luces.

HASTA EL AGOTAMIENTO Cuando el silencio se apoderaba del coso podía escucharse a José Tomás en pleno diálogo con el toro: "Vamos, torito, vamos torito..."; "¡Ehhhh! ¡Toro!"; "Tira, bonito, tira". Casi era un susurro, armado con el capote, el traje verde y oro, manchado de sangre (de los toros) y albero. El número uno, el torero estático, se entregó hasta el agotamiento en la tarde de los seis asaltos y los más de 30 grados de calor.

Todo pudo ser mejor, más brillante y estremecedor, pero todo cambió por culpa de la escasa energía y del poco recorrido de las reses y, sobre todo, desde el primer revolcón que le propinó el segundo toro, Resistón , de El Pilar. La voltereta tuvo dos replays más en los toros tercero y quinto. Imanol Reta, corredor de encierros, observó cómo cada vez que tocaba entrar a matar, se ponía un muñequera para prevenir alguna antigua lesión.

Arte en un ay y artista extenuado en el combate, lo que no impidió que se vivierán aquellos intantes mágicos que se esperan del gran matador. Como en los pases insólitos con los que recibió al cuarto, llevándoselo a los medios. O el intercambio de verónicas con las que domesticó al quinto, que casi parecía el jefe de la banda y sucumbió como un perrito después de que Tomás lo recibiera sentado en el estribo hasta propinarle siete maletazos. O las malonetinas que exhibió en el sexto, Cacarelo , de Núñez del Cuvillo, antes de fracasar con dos pinchazos al matar, que pudo salvar con una estocada hasta la bola.

El torero estático, estaba agotado como Fernando Alonso en un Gran Premio de fórmula 1. A saber cuántos kilos había adelgazado con la encerrona de la salió vivo, en contra del deseo de algún psicópata. La afición lo sacó en hombros de la Monumental. Lo merecía por las cinco orejas cortadas y por la entrega a una banda de fanáticos de los buenos. Hubo un montón de interrupciones para aplaudir, para lanzar olés para el que más se lo merece. Al maestro que dedicó el sexto toro a todos los suyos (la cuadrilla, el mozo de espadas, el ayudante y el apoderado) y los banderilleros que más se la jugaron. Tomás salió a hombros, pero seguro que recordará con más intensidad aquel retorno a Barcelona o la otra corrida en que indultó al toro.