El toreo es un acto del espíritu y como tal, el torero expresa sus sentimientos cuando se compenetra con el toro. Es una fuente inagotable de sensaciones para quien lo percibe, y sucede cuando un hombre, vestido de luces, se compenetra con ese animal bellísimo que es el toro de lidia. Lo que ayer vivimos en Las Ventas será muy difícil que lo olvidemos. Solo nos resta dar gracias a Dios por habernos hechos aficionados a este arte maravilloso, y por habernos permitido estar ayer en Madrid. Fue muy grande lo que hizo ayer José Tomás. Diestro enigmático donde los haya, su leyenda, tras sus dos faenas en el atardecer madrileño, se acrecentó. Hay quien dice que hay una psicosis colectiva hacia este torero, pero lo que ayer vivimos superó todo.

Su predisposición se vio cuando en su turno, hizo un quite por gaoneras al primer toro de Conde. Fueron lances solemnísimos, muy ajustados, muy cruzado con el buen animal, yéndose al pitón contrario en el cite. De esa forma se puso por primera vez la plaza en pie.

Eso fue lo único que sucedió hasta que saltó al ruedo el tercer toro, primero de José Tomás. En las verónicas de recibo y en el quite por chicuelinas no paso nada. El aire molestaba y hubo algún enganchón.

Brindó al público y se puso inmediatamente en los medios. Los quince metros que dio al astado hizo que éste se le arrancara, y así cuajó una primera tanda en redondo con la diestra. Tardeaba el animal por lo que los toques eran firmes, Después corría la mano por abajo, y la faena fue cobrando cuerpo, superando la tendencia del burel a echar la cara arriba y puntear la tela. Bellísimos brotaban los remates, especialmente las delicadas trincherillas invertidas.

El no va más llegó en una tanda inmensa al natural. Ese pase, eje y norte de la faena de muleta, que en José Tomás es más natural por cómo suavemente engancha al toro, y por la dulzura con la que corre la mano, y lo lleva largo, muy largo. Quedaba un hermoso final con ayudados por alto, y un enorme kikiriki, el pase que inventó Joselito el Gallo y que por sorpresivo, a veces resulta clamoroso.

Creo que en el quinto se superó el de Galapagar. Se llamaba Comunero ese toro. Molestaba mucho el viento y lo picó maravillosamente bien Borja Ruiz, picador joven y fibroso, extremeño de Badajoz. José Tomás le hizo un quite por verónicas mecidas, majestuosas y bellas.

Comenzó la faena consintiendo al animal con cuatro manoletinas sin enmendarse, escalofriantes por lo cerca que se pasó al toro, y remató con un ayudado por bajo torerísimo.

Se puso a continuación José Tomás como se pone José Tomás. El toro tardeaba pero cuando se arrancaba, lo hacía con gran celo y un punto de violencia. Encajado el torero, muy cruzado, citaba y a la arrancada correspondía con muletazos por abajo muy largos, y con la muleta puesta en la cara, venía la ligazón. Así hubo primero tres series con la diestra, cuando la plaza parecía un manicomio, pues puesta en pie aclamaba al diestro a los gritos de ¡torero, torero!

Lo mejor

Faltaba otra vez lo mejor, el toreo al natural. Fueron de tal guisa dos series, una primera como la anterior, compuesta de pases largos y muy profundos de trazo. Pero en la segunda, puesto de frente el torero, a pies juntos, hubo una enorme espiritualidad, una solemnidad que lo embriagaba toro. Era aquel un toreo sobre los brazos que creo que muy pocas veces se ha visto en una plaza de toros.

José Tomás salió como rey indiscutible de Madrid. A decir verdad, ocupa ya un puesto destacadísimo en la historia del toreo. El que merece un diestro que ha hecho de la entrega, la verdad y la pureza tres pilares básicos de una original tauromaquia.

El resto de la corrida tuvo poca historia. Lo de Javier Conde, por medroso, no merece ni contarse. Daniel Luque promete, por su buen concepto y por sus formas. El toro de la confirmación se vino pronto a menos, lo mismo que el sexto, a pesar de lo cual se dio un muy sincero arrimón.