TEtl caudaloso legado de jóvenes e ilustres cadáveres que nos dejó el pasado siglo sigue haciendo las delicias de nostálgicos y mitómanos. John Lennon, Marilyn Monroe, Elvis Presley, James Dean, John F. Kennedy, Jim Morrison o el Che Guevara están más presentes que nunca. Idolos que vivieron a toda velocidad sin preocuparse demasiado de las curvas pronunciadas que se les venían encima acabaron empotrados en pósteres, pins o carpetas escolares de ensoñadores adolescentes. Años atrás, un bienintencionado Miguel Ríos nos explicaba que los viejos rockeros nunca mueren , pero lo cierto es que caían como chinches. Ahí están Janis Joplin, Jimi Hendrix o Kurt Cobain para atestiguarlo.

Estas efímeras (y a la vez eternas) estrellas eligieron el camino más corto para llegar a lo más lejos. ¿Para qué vivir unas décadas más cuando desde diferentes campos --la música, el cine o la política-- ya se habían asegurado la condición de inmortales?

La literatura, para no ser menos, nos ha dejado también algún que otro exquisito cadáver, como el legendario John Kennedy Toole , que se suicidó a los 32 años porque no encontraba editor para su novela La conjura de los necios , hoy día un clásico de la literatura satírica. Pero la suya no fue una vida echada a perder por el exceso de éxito sino por todo lo contrario.

Morir joven, se mire como se mire, es siempre una tragedia, incluso cuando trae garantizada la posteridad. Yo preferiría mirarme en el espejo de Francisco Ayala , que a los 103 años sigue recibiendo homenajes literarios, desatendiendo la inveterada afición de la casquivana Muerte por los jóvenes e ilustres cadáveres.