Hay medallas que no se miden por su color, sino por su significado. Igual que hay deportistas que no se clasifican por sus triunfos, sino por sus gestos. Juan Bautista Pérez, medallista paralímpico en Río, jamás olvidará el 22 de septiembre de 2016 cuando más de 250 almendralejenses se agolpaban en el andén 1 de la estación de ferrocarril de una ciudad que le acogió hace 24 años para siempre. Allí esperaban su mujer, sus cuatro hijos, amigos, compañeros de profesión, familiares venidos desde Galicia y vecinos de toda una ciudad volcada con este deportista con unos valores incomparables. Entre la marabunta de personas había pasado desapercibido, hasta ese momento, un deportista que trazó un camino similar al de Juan en el pasado. Vino hasta Almendralejo para jugar en la máxima división del tenis de mesa y el amor lo prendió para siempre a esta ciudad. Tras un emotivo discurso ante sus vecinos, Juan detuvo los aplausos y volvió a encender el micrófono. «No quiero irme de aquí sin que venga a mi lado una persona que ha sido un ejemplo para todos». Y entonces apareció Vova Marinkievich, otra leyenda del tenis de mesa extremeño al que la vida le sacudió con dos tumores cerebrales y la pérdida de uno de sus brazos. Entonces Juan se quitó la medalla y colgó la plata en su cuello, fundiéndose en un abrazo eterno que se alojará en el baúl de los mejores momentos del deporte regional.

Fue la guinda a un recibimiento colosal que desbordó en lágrimas de emoción para Juan Bautista. Decenas de amigos, compañeros y niños de la escuela del Tenis de Mesa Almendralejo portaban camisetas rojas con su imagen y su medalla de plata. En su discurso fue pasional: «no seré nunca capaz de devolver tanto cariño. Lo único que os puedo decir es que esta medalla nunca será mía, sino de todo el pueblo de Almendralejo».

Con lágrimas en los ojos, muy emocionado y con la voz entrecortada, Juan agradeció a Toni, su mujer, el enorme apoyo mostrado en todo momento: «esta medalla es tuya, cariño». Otro momento de ternura lo regaló una de sus hijas, Ana Pérez: «eres un ejemplo como padre y como deportista. Y nos has enseñado que los sueños no tienen límite», concluía su carta.

Los niños no perdieron la oportunidad de frotar la medalla de plata y tirarse fotografías con Juan, absolutamente desbordado por la emoción. Los abrazos se multiplicaron desde la salida del tren hasta el fin de fiesta. Luego, Juan montó en un descapotable preparado para la ocasión y en caravana con decenas de vehículos se dio otro baño de multitudes por las calles de Almendralejo, al toque de claxon de infinidad de coches.

La primera medalla olímpica de la historia de Almendralejo merecía un homenaje a la altura de lo vivido. Premio a un deportista al que la vida le condujo a este rincón de Extremadura para convertirse en leyenda. H