TLteo en National Geographic que en un pequeño pueblo francés se ha construido un gigantesco acelerador de partículas al que denominan el Gran Colisionador de Hadrones. Con ello, los científicos pretenden descifrar el código del mundo físico y averiguar de qué está hecho el universo. Es decir, acercarse a Dios, o mejor dicho, a su verdad. Porque conocer la verdad de Dios es ser Dios. Lo cierto es que ese ser todopoderoso nos hizo para que jugáramos a ser como El y es curioso cómo nos gusta hacerlo. Lo ponemos en práctica a diario. Ser maestro, médico, arquitecto, electricista, abogado, músico, barrendero, columnista, reponedor de supermercado, político, prostituta, padre- es jugar a ser Dios. Realmente, levantarte cada mañana es jugar a serlo y no es difícil descubrir que el mundo está lleno de divinidades o, mejor dicho, aspirantes a deidad. Lo curioso es que para llegar a ser un dios, o para dejar de serlo, se necesita la aprobación de los demás pretendientes. Estos días los mandamases hinduistas de Nepal se han puesto en marcha para buscar un recambio divino a la niña de 11 años a la que hasta hace poco adoraban como diosa viviente. Al parecer esta comunión se rompió después de conocer que la pequeña se había casado, mediante un rito tradicional, con un pomelo. Supongo que pensaban que no estaban maduras, ni la fruta ni la niña. El caso es que los mismos que decidieron que la pequeña era una diosa viviente ahora la han relegado a simple mortal. Pero es normal, porque hay cosas, como desposarse con un pomelo y posiblemente colisionar hadrones, que sólo está autorizado a hacerlas el verdadero Dios. Porque Dios nos hizo para jugar a ser como El, no para que fuéramos El mismo. ¿Para qué iba a jugársela?