TCtuando oigo a los investigadores suelo quedarme deslumbrada. Hablan de avances, de posibilidades nunca por mí imaginadas, y si además trabajan en el campo de la genética y su ingeniería, la boca y la esperanza se me quedan completamente abiertas. Suelen ser voces pausadas, sin estridencias, que no intentan convencer sino explicar y que no pretenden vender ni venderse; nada quieren sacar de ti, muy al contrario, suelen trabajar en silencio y dan la impresión de que, solo a tirones y casi ruborizados, hemos conseguido sacarlos de sus laboratorios para que nos cuenten en qué trabajan y a qué futuras maravillas dedican sus horas de pruebas y estudio.

Yo, que no habría podido inventar ni el fuego, ni la rueda; que por mí misma no hubiera podido comprender el movimiento de los astros, ni conseguido ver bien el mundo porque ni tan siquiera las lentes me siento capaz de haber inventado; yo, admiro profundamente a cuantos con sus cerebros han hecho y hacen posible el avance del mundo.

Días atrás volví a asombrarme. Con ese tono de voz que ya identifico con los sabios, un investigador me desvelaba lo que me parecía el secreto de la eterna juventud. Convertir las células adultas, aburridas, ya con un destino final, en células frescas, con todas las potencialidades que tenían cuando estaban en fase embrionaria. Una regresión en el tiempo para poder fabricar tejidos e incluso órganos. Decía que solo se trata de activar y desactivar genes para que recuperemos la capacidad de regenerarnos que, parece ser, teníamos antes del nacimiento.

Asombroso. Increíble. Es una tecnología que aún necesita desarrollarse. De momento solo se ha conseguido curar una enfermedad in Vitro , pero es una esperanza que está a la vuelta de la esquina del tiempo.