ficó la teología de la liberación , que, sobre todo en Iberoamérica, era algo primordial para los sacerdotes que predicaban la transformación de la realidad y no la típica resignación cristiana. Ante los obispos reunidos en la segunda Conferencia Episcopal Latinoamericana, Karol Wojtyla quiso dejar claro que, si bien defendía la Iglesia de los pobres, había que evitar a toda costa "la desviación marxista" de los teólogos liberadores.

Un gesto explícito en ese sentido lo protagonizó Juan Pablo II en su primera visita a la Nicaragua del sandinismo izquierdista, en 1983, cuando abroncó al sacerdote y ministro Ernesto Cardenal en el saludo protocolario. Pero la fehaciente demostración de su rechazo de las posiciones teológicas no ultraortodoxas la dejó en manos del guardián del dogma, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Joseph Ratzinger. Por citar el caso más flagrante: un teólogo de la talla del profesor alemán de Tubinga Hans Küng fue laminado. Este, sin pelos en la lengua, calificó al Papa de "fanático" y "dictador espiritual".

Cerca del Opus Dei

También una constante desde el inicio de su pontificado fue el acercamiento al Opus Dei --en 1982 le otorgó el privilegio de ser una prelatura personal únicamente dependiente del Vaticano y no de los obispos diocesanos-- y un hostigamiento de los jesuitas hasta que el prepósito Pedro Arrupe dejó las riendas en manos del holandés Peter-Hans Kolvenbach. En la misma medida en que rechazó el compromiso político y social de la Compañía de Jesus, le entusiasmaba el trabajo apostólico del Opus teñido de patente anticomunismo. Una beatificación polémica fue la del fundador de la Obra, José María Escrivá, en 1992, sólo 17 años después de su muerte. En el 2002, le canonizó.

Moral de mano dura

A la vez que Juan Pablo II y su equipo de gobierno combatieron implacablemente a quien se desviaba de la norma debido a las veleidades rupturistas del Vaticano II, se robustecieron, sin el menor resquicio de duda, los tradicionales principios católicos. La doctrina sobre la negativa a los métodos anticonceptivos, al divorcio, a la interrupción del embarazo e, incluso, a la prevención sexual del sida a través de preservativos, se hizo férrea.

Además de la mano respecto a la moral y buenas costumbres, igual o mayor fue el blindaje en materia de doctrina relativa al celibato sacerdotal y al sacerdocio femenino. Las pegas para habilitar las secularizaciones voluntarias del clero se multiplicaron sobremanera, lo que fue todo un síntoma del modelo que se implantó después de Pablo VI. Ello llevó al teólogo Juan José Tamayo a sentenciar: "Juan Pablo II se ha equivocado de siglo".

Crítico con el capitalismo

A la cara nítidamente conservadora, se opone la claramente comprometida en la vertiente social. Nadie podrá alinear a este Papa con los defensores de la ideología capitalista, como se encargó de poner de manifiesto en sus encíclicas sociales, especialmente en la primera de ellas, Laborem exercens (1981). "En algunos países del mundo --dijo en una entrevista periodística en 1993-- el capitalismo pervive en su estado salvaje casi como en el siglo pasado". Para alguien tan receloso del comunismo que le tocó sufrir, no debía de ser fácil expresarse en según qué términos. En otra ocasión fue más explícito en su crítica: "Los capitalistas a ultranza tienden a esconder incluso las cosas buenas realizadas por el comunismo, como la lucha contra el desempleo, la preocupación por los pobres...".

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