Joaquín Salvador Lavado (Mendoza, Argentina, 1932), Quino, hijo de inmigrantes andaluces, publicó en 1963 su primer libro de humor, Mundo Quino , y se inventó a Mafalda, en un estilo a medio camino entre Blondie y Peanuts, para el lanzamiento de una línea de los electrodomésticos Mansfield. La emancipó de intereses comerciales, la desarrolló y la mató en 1973. Como Gardel, su muerte alimentó su leyenda. Fue Premio Extremadura a la Creación el año pasado.
--Antes de nada, ¿odia la sopa?
--Yo odio la polenta, por culpa de la mili. En Mafalda, la sopa era una metáfora de los gobiernos militares que nos comíamos todos los días.
--Mafalda, como los Beatles, duró 10 años y entró en la historia.
--Imagino que los problemas sociales y humanos que planteaba no pasan de moda. Un ejemplo: Mafalda muestra a su padre un agujero en su zapato y él le enseña la letra del coche. Eso no cambia, ¿no?
--Eso no.
--De los años 60 para acá, han cambiado la tecnología, los nombres de las guerras, el secretario de la ONU, y ya no hay una Brigitte Bardot.
--Casi mejor. Su mito erótico se ha vuelto algo racista.
--Le preocupan más las focas que los inmigrantes, ¡qué desastre! Aunque también la Iglesia se preocupa por la vida en el útero y luego no le importa si los niños mueren de hambre o son víctimas de abusos.
--Mafalda ponía tiritas al globo terráqueo. ¿La secunda?
--Creo que la cultura es la mejor tirita para los males del mundo.
--A veces no basta.
--Los humanos somos muy estúpidos. No hay especie animal que destruya su propio nido, excepto la nuestra, que lo hace continuamente. En mi último libro, La aventura de comer , me meto con los transgénicos, y con esos tomates de la globalización que no saben a tomate.
--Nunca se baja de la conciencia.
--Se lo debo a mi abuela, comunista, que me insistió en la importancia de la cultura, me invitó a ver pintura y a escuchar música, y me introdujo en la conciencia moral y social.
--Porque sus padres le dejaron huérfano prematuramente...
--Mi madre murió de cáncer en 1945 y mi padre, de un infarto en 1948. Recién entraba yo en la adolescencia. Esas muertes me hicieron sentir como traicionado.
--Hay un trazo triste en sus historietas, sí.
--Es posible. También debo decir que mi padre, que era un encargado de bazar, compraba sus trajes en 10 cuotas, pero siempre traía a casa un montón de revistas de humor.
--De usted han hablado Cortázar y García Márquez.
--Sí, pero a mí lo que me satisface es que una madre me cuente que su hijo le cogió el gusto a leer gracias a Mafalda. Lo demás son anécdotas.
--Cuénteme una, va.
--Durante la elección del Papa, en el cónclave, un cardenal habló de Mafalda. ¡Lástima que salió Ratzinger!
--¿El humor es la última trinchera?
--Quizá. Pero también tiene la otra cara: uno va, se ríe un poco y vuelve a lo suyo. No busca remedios.