Javier Padilla (Madrid, 1983) es médico de familia, experto en gestión sanitaria y, durante años, coautor del blog ‘Médico Crítico’. Ha asesorado en el Congreso a En Comú Podem y ha escrito un ensayo en el que analiza cómo lograr que el sistema de salud sea más justo y eficiente.

-Su libro se titula ‘¿A quién vamos a dejar morir?’. ¿Los fallos del sistema aumentan el número de defunciones?

-Sí, los fallos y las políticas. En pocas ocasiones están contabilizados, pero el real decreto que expulsó de la sanidad a los inmigrantes indocumentados aumentó la mortalidad en 70 personas al año.

-¿Hay relación entre las privatizaciones y el aumento de los fallecimientos?

-Los estudios al respecto son bastante malos. Un aumento del gasto público en materia de salud disminuye la mortalidad y hay algunos estudios, por ejemplo uno que se hizo en Italia, que demostró que aumentar el gasto sanitario en centros de gestión pública disminuyó la mortalidad mientras que, en los centros privados, el dinero no tenía esa capacidad.

-¿Cuáles son los grandes males del sistema sanitario?

-En primer lugar, hay un anquilosamiento en la gestión de los profesionales, ya que estamos gestionando como hace 40 años. En segundo lugar, falta evaluar lo que hacemos. Y, en tercer lugar, el sistema sanitario es una isla que no tiene capacidad para articularse con su pata de servicios sociales, urbanismo o economía y sabemos que estos modelos tienen un impacto incluso mayor en la salud que el sistema sanitario. Con el añadido de que como el entorno sanitario tiene capacidad para captar financiación, acabamos sanitarizando todas las respuestas a la enfermedad, cuando en muchas ocasiones la salud se genera en otros ámbitos.

-Usted fue asesor parlamentario. Nuestros portavoces de sanidad, ¿dan la talla?

-Hay de todo, pero lo que yo me encontré es gente que quería hacerlo lo mejor posible, con más o menos formación. Pero el problema es la falta de pertenencia a lo público. Y es que una gran parte de los políticos son funcionarios en excedencia y en España los funcionarios no tienen por qué acceder al sistema público, dado que financiamos los sistemas privados de las elites funcionariales. Es una anomalía democrática, que perjudica a la legitimidad del sistema y pone en riesgo la sostenibilidad.

-En el libro, señala que la desigualdad es una enfermedad y afirma que esta se perpetúa en las consultas. ¿En qué se basa para afirmar algo así?

-Las consultas no son espacios asépticos. El paciente tiene su bagaje, entorno y contexto. Y los médicos también, lo que hace que tratemos a la gente de forma diferencial. Los estudios indican que solemos dedicar menos tiempo a las personas con renta social baja, porque solemos empatizar con aquellos parecidos a nosotros. Es algo de lo que tenemos que ser conscientes, para contrapesarlo.

-¿Ve factible que los precios de los medicamentos frenen su escalada?

-Con la relación de fuerzas actual, en la que lo público no tiene alternativa para competir con lo privado y por tanto se financia a un precio cercano al que pone la industria, no va a cambiar nada. El modelo actual y la escalada de precios nos lleva a un apocalipsis farmacéutico, que no creo que sea beneficioso ni siquiera para la industria. Pero para que cambie esa relación, desde lo público tiene que haber una apuesta decidida. El sistema tiene que generar los medicamentos en todas sus fases, no solo el conocimiento embrionario, hay que dar pasos hasta la investigación aplicada. Y no es una utopía, ya hay una terapia avanzada contra el cáncer íntegramente pública. Otro paso importante es la transparencia. Si no sabemos cuánto cuesta la investigación, el precio se fija según lo que la industria dice, añadiendo un porcentaje en función de los riesgos.

-El número de médicos con enfermedades mentales y adicciones ha aumentado un 30% en dos años y la tasa de suicidios también está por encima de la media. ¿A qué achaca estos resultados?

-Sin ser un experto yo creo que hay varias causas. Las consultas se llenan de problemática social y económica pero los sanitarios no podemos darle respuesta. A esto se suma la precariedad laboral, de medios y la mayor exigencia a nivel social, de los pacientes y de la jerarquía.