TEtl viernes me hizo dos heridas la nostalgia y sangré melancolía a borbotones. Les cuento. En el verano de 1986, yo vivía en Vilagarcía de Arousa (Pontevedra). Una noche de julio, me despertó un cantar de clavelitos. Me asomé a la terraza y era la tuna de León. Estaba rondando a mis vecinas de abajo: una, adolescente, la otra, aún una niña, cuyos encantos debían de haber cautivado a los tunantes. Tras las cintas de mi capa y el triste y sola se queda Fonseca, la estudiantina se marchó, yo acuné a mi hijo, que era casi un bebé, para que retomara el sueño y ahí quedó la cosa. A la mañana siguiente, me encontré con un periodista de La Voz de Galicia y me propuso escribir por primera vez en un periódico. Acepté, conté lo de la tuna y ya no dejé de escribir hasta hoy. Pues bien, el viernes por la noche, iba paseando por la calle San Pedro de Cáceres y me encontré a aquella vecina de Vilagarcía de Arousa que siendo una niña fue cantada por la tuna. Ahora es una mujer elegante, atractiva y con una dicción dulcísima que, ¡las vueltas que da la vida!, ejerce de profesora de música en el IES Hernández Pacheco de Cáceres.

Tras charlar con ella un rato y recordar aquellos tiempos y aquellas vecindades, me dirigí a escuchar a Labordeta al Gran Teatro.

Anonadado por el encuentro y noqueado por los recuerdos, el concierto acabó de destrozar mi entereza. Labordeta estuvo divertido e intenso, emocionó al más hierático y acabé cantando el Habrá un día en que todos con lágrimas en los ojos y borracho de pasado. Cada día estoy más mayor.