Es un crimen que se cometió sin espacio ni tiempo para que ocurriera. El presunto asesino, Juan Francisco López, aprovechó el instante en que Laia, de 13 años, salía de casa de sus abuelos, ubicada en el segundo primera, y pasaba junto a su puerta, en el primero primera, para atraparla y matarla. Junto al portal, en la calle, la esperaba su padre. Tan inconcebible era que le hubiera ocurrido algo a la chica durante ese trayecto, durante ese instante, que todos los que se pusieron a buscarla desesperadamente lo hicieron lejos de allí. Dando por hecho que Laia se habría despistado y habría echado a andar en dirección opuesta al coche de su padre.

Los investigadores de los Mossos d’Esquadra también creen, sin embargo, que ese error alargó la angustia de sus familiares pero difícilmente hubiera evitado un crimen que su autor cometió en cuanto la atrapó.

Cuando Laia fue hallada al cabo de tres horas, llevaba muerta un buen rato. La encontraron dos de sus tíos que entraron por la fuerza en casa de Juan Francisco. Los dos hombres, hermanos del padre y de la madre, golpearon su puerta y, al ver que respondía a sus preguntas con contradicciones, percibieron que la niña tenía que estar en esa casa. Lo apartaron de un empujón y se colaron en el domicilio. Encontraron una de las habitaciones con la puerta cerrada, la abrieron y vieron un colchón fuera de lugar, tapando algo de manera chapucera. Al levantarlo, descubrieron el cuerpo de Laia. Eran las diez de la noche de la noche, acababa de la peor manera imaginable una búsqueda angustiosa de una desaparición inconcebible.

El intendente de los Mossos d’Esquadra, Toni Rodríguez, desgranó ayer la cronología de las tres horas que discurrieron entre la desaparición y el hallazgo del cuerpo del siguiente modo: Siete de la tarde. El padre padre de Laia llama a los abuelos para decirles que está de camino a su casa, «que la niña ya puede ir bajando». La menor ha salido a las cinco del colegio y ha ido a ver a los abuelos. El padre, cuando puede, va a buscarla. A las siete, tras la llamada, busca estacionamiento en la calle y aparca un poco más adelante del portal del edificio de los abuelos. Y espera en el coche. Pero Laia no aparece y sube a buscarla. Los abuelos le explican que ha bajado en cuanto él ha llamado. «Se activa la búsqueda pero lo hacen, como resulta lógico, en la calle, no dentro del edificio», aclara Rodríguez, que subraya que no hubo ninguna negligencia por parte de la familia, si no todo lo contrario, «mucho coraje».

El padre llama a su pareja sentimental, que coge el coche y se suma a la búsqueda por los aledaños. Él desanda el camino hasta casa a pie. Pero llega al domicilio y Laia tampoco está en casa. Vuelve andando de nuevo hasta el domicilio de los abuelos y, por tercera vez, deshace el mismo camino. Allí coge una bicicleta y sigue buscando con ese vehículo. A esa hora, la madre de la menor ya ha sido avisada. También otros familiares, entre ellos, los dos tíos que terminarán encontrándola.

Ocho de la arde. La policía local se suma a la búsqueda. Los Mossos, alertados por familiares que coinciden con una patrulla en la estación, tienen conocimiento de la desaparición. En las redes sociales se pide ayuda. La menor sufre un grado leve de autismo que hace más urgente encontrarla y que invita a pensar que se ha despistado.

Nueve de la noche. Tras comenzar a tomar declaración de los padres en la comisaría de Vilanova, se llega a la conclusión de que tiene que estar dentro del edificio. Una patrulla de los Mossos, en compañía de los dos tíos, acude al bloque y revisa a fondo la casa de los abuelos. Después, tocan los timbres de todos los vecinos. El del primero primera tarda mucho en abrir y, cuando lo hace, «aparece con una toalla porque acaba de ducharse», subraya el intendente. En ese instante, se muestra sorprendido y niega tener información válida.

Diez de la noche. En la calle, junto al portal, los vecinos y los tíos comentan lo sucedido. No les ha gustado la actitud del 1º, a quien conocen poco y del que desconfían porque acaba de instalarse allí. La mujer de uno de los es tíos es psicóloga y remarca a su marido que la niña algunas veces se había desorientado, tal vez jugando, por aquella escalera. La psicóloga se muestra contundente: tiene que estar dentro del bloque. Los tíos, ya sin los Mossos, vuelven a tocar el timbre del 1º 1ª. Abre el vecino, que acaba de cambiarse y está vestido. Entre los dos le insisten tanto que el hombre cae en contradicciones y comprenden que oculta algo. Lo apartan, entran y encuentran el cuerpo inerte de Laia. El hallazgo dispara la rabia de los tíos y vecinos, la noticia corre como la pólvora. Juan Francisco grita «¡Yo no he sido!» pero nadie le hace caso. «La alteración la escuchan los agentes de la policía local, en una comisaría muy cercana», subraya el intendente. Tienen que entrar casi en tromba para hacerse con el control de la situación. Una grabación de un vecino muestra el grado de «alteración comprensible» del barrio durante el traslado del sospechoso.

LA AUTOPSIA / El examen forense ayudará a comprender cómo murió Laia. Su cuerpo presentaba heridas de arma blanca y la sospecha es que el asesino utilizó un cuchillo doméstico. No hay móvil conocido, la niña tuvo que pasar por delante de la puerta y el sospechoso tuvo que sorprenderla en ese momento. «Tenemos que investigar si era habitual y si el hombre la estaba esperando», explicó el intendente. Pero si el asesino había previsto que la niña bajara en solitario esas escaleras cuando su padre viniera a recogerla, también debería haber imaginado que este no tardaría en notar que se retrasaba y que, tarde o temprano, alguien la buscaría en su casa. Se trata de un asesinato «azaroso», casi «espontáneo», que ha desconcertado a los propios policías, acostumbrados a investigar crímenes en los que siempre acaban encontrando una lógica de causa-efecto, por rocambolesca e injustificada que sea, que acaba conduciendo a la muerte de una víctima. Pero no se habían topado con un asesinato como el de Laia, que ha surgido de la nada, en lo que tarda una niña de 13 años en bajar de la segunda planta a la calle, donde la esperaba su padre.