Escuintla quiere decir en la antiquísima lengua náhuatl «un lugar con muchos perros». Pero en buena parte de ese departamento del sur de Guatemala que vive del café que exporta a EEUU lo que abundan por estas horas son la ceniza y la muerte. Todo se ha vuelto de un gris funerario que alcanzó también a teñir sus playas paradisiacas en la costa del Pacífico.

El volcán de Fuego despertó el domingo de una larga siesta dejando heridas en la tierra y en los cuerpos. Hasta ahora se cuentan 69 fallecidos, pero hay quien no descarta que lleguen incluso a 400 a medida que avancen las tareas de rescate. El cráter escupió tanta lava que arrasó con las aldeas y caseríos circundantes. A Inés López Hernández no le ha quedado nada.

Ahora solo tiene como referencia los restos de una pared y un árbol que señalan los lugares donde fueron enterrados sus hijos, su mamá y otros seres queridos.

Como a muchos habitantes de El Rodeo, La Reina, San Miguel u otras aldeas de Escuintla, López Hernández se acostumbró a convivir con los rugidos del volcán. Sin embargo, lo del domingo pasado fue diferente. Se escucharon explosiones aciagas. De pronto, las nubes de ceniza cubrieron el cielo. Hubo que correr más rápido que la lava y el lodo que, a su paso, engullía todo con una lengua flamígera: hombres, mujeres, animales.

Tras la devastadora erupción se han perdido más de 1.600 casas. Los pueblos originarios creían que el Mictlán estaba poblado por nueve infiernos que cegaban a los muertos. Pero el domingo, el infierno no estaba en un inframundo, sino en los mismos caminos que se cubrieron de lava o extendieron su calor abrasante y crearon quemaduras imborrables en los pies de muchos supervivientes.

Salir corriendo

Blanca Reyes se escapó de esa hoguera de casualidad. Atrás quedaron «los que no pudieron salir corriendo». La erupción no solo ha afectado a Escuintla. Llegó con su furia a Chimaltenango y Sacatepéquez, donde también rige la alerta roja.

La ley de presupuestos obliga a declarar el «estado de calamidad» para que el Gobierno pueda destinarles dinero. La solvencia no distingue a las arcas públicas de uno de los países más pobres de América. El país se ha conmovido por una información de la cadena Guatevisión sobre el gesto de un niño del municipio de San Pedro Carchá. Él vende golosinas en la calle y ha decidido que las ganancias sirvan para ayudar a los supervivientes, que no pueden esperar demasiado del Gobierno.