Joven, moreno, de mediana estatura y con una tarjeta de identidad marroquí en el bolsillo en la que apenas se podía leer un número. Hasta que la aterrada mirada de su hermano Ismail confirmó su identidad, sólo era uno de tantos cadáveres del naufragio de Rota que esperan su repatriación.

Ahora tiene nombre, apellido y una historia, la de Mustafa Gariati, un marroquí de 31 años que quiso salir de su aldea, donde un jornal de tres euros por hora le ahogaba más que el miedo a morir en el mar.