Apago la radio cuando conectan con el Congreso para la habitual sesión de control. Me cuesta entender las palabras vacías entre el griterío y el espectáculo me causa tristeza y vergüenza ajena. En cambio, he pasado tres tardes por las acampadas de gente indignada y me he reencontrado con la política: he vuelto a ver a viejas caras conocidas, a luchadores infatigables de causas justas, a cristianos de base, a libertarios, a ecologistas, a gente de izquierdas y algún que otro amigo moderado. Y hablan de forma ordenada, se escuchan e intentan hacer avanzar sus propuestas, con las dificultades de todo proceso asambleario pero con todas sus virtudes, que no son pocas. Es más fácil elegir a alguien para que nos mande y piense por nosotros, porque nada hay más eficiente que las dictaduras. El problema es que todavía hay gente que prefiere construir su futuro a que se lo den fabricado. Y esta gente suele sacar de sus casillas a los que tienen en el fondo de su alma un sargento chusquero o un recluta sumiso. Y mientras tanto el panorama político regional se llena de hermeneutas capaces de interpretar lo que dice Extremadura, a la que convierten en sujeto activo de sus frases. Todos a la espera de lo que decida Pedro Escobar . Y mi amigo de Acedera deja en fuera de juego a medio mundo porque dice que va a escuchar, va a reflexionar, va a debatir pausadamente y dar la última palabra a las bases. Hay quien dice que está fuera del mundo y quizá tengan razón: cuando se lucha por uno nuevo se corre el peligro de parecer extraterrestre. De momento habéis dado una lección, pero no os equivoquéis. No podemos permitírnoslo.