China cumplió con escrupuloso esmero el decálogo de lo que no se tiene que hacer en una crisis cuando se le empezaron a amontonar enfermos de SARS (Síndrome Respiratorio Agudo Severo). Calló primero y relativizó la gravedad después, redujo el número de afectados, acusó de revelación de secretos de Estado a los médicos que rompieron el silencio oficial, prohibió la entrada de expertos de la Organización Mundial de la Salud y, ya con estos en el terreno, escondió a los enfermos en ambulancias y hospitales militares. Muchos de los 800 muertos registrados en todo el mundo durante 2002 y 2003 se pueden apuntar a la gestión calamitosa de China, señalada por todos como un socio poco fiable cuando se hacía un hueco en la globalización. Pekín prometió que no se repetiría aquel oprobio.

China ha ordenado una inédita cuarentena de decenas millones de personas y el presidente de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyes, ha aplaudido tanto sus medidas como su transparencia. La OMS ya halagó a China en las epidemias del H1N1 o el MERS (Síndrome Respiratorio del Medio Oriente) por compartir la información.

No han faltado las críticas sobre la opacidad de las autoridades, especialmente en la primera semana. Sobre el alcalde de Wuhan recaen sospechas sobre su fidelidad a aquella casuística de esconder las crisis bajo la alfombra y sus justificaciones le merecen al menos el piadoso beneficio de la duda. Es un vicio irreparable en un estado dictatorial y centralista que los mandos periféricos se esfuercen en dar la imagen de tenerlo todo bajo control para ganar puntos ante Pekín. O que les embargue un terror paralizante ante un problema de envergadura.

Transparencia china

Desde el Gobierno se ha luchado contra esos anticuerpos resistentes de la vieja escuela. El presidente, Xi Jinping, ha subrayado que la salud es la máxima prioridad y la Comisión Política Central y de Asuntos Legales amenazó a los que anteponen su reputación al bienestar del pueblo: Cualquiera que deliberadamente retrase u oculte información de casos de virus en su interés permanecerá clavado en el pilar de la infamia durante toda la eternidad.

Contra el Gobierno confabula la invencible desconfianza de los chinos hacia los medios oficiales y la inercia de recurrir a internet, donde la rumorología más delirante se comparte sin que la censura pueda embridarla. Y cuando China ofrece información fiable le ocurre aquello del lobo y los tres cerditos. Estoy relajado porque tenemos actualizaciones constantes y recomendaciones sobre qué cómo prevenir el contagio. Pero los jóvenes están ahora de vacaciones, con mucho tiempo libre, y no dejan de consultar las redes sociales. Muchos sólo quieren crear caos, señala Liu, inversor financiero, desde Wuhan.

Tampoco ha tranquilizado el flujo del número de contagiados, con acelerones y frenazos que desafían la lógica de una epidemia. La explicación, según un funcionario citado por el diario hongkonés South China Morning Post, está en ese sistema burocrático adoptado tras el SARS que prioriza el rigor sobre la rapidez: el resultado del análisis de un enfermo es instantáneo, pero el positivo tiene que ser enviado a Pekín para que lo confirme con un segundo análisis el Centro para la Prevención y Control de Enfermedades, y después será examinado por un panel de expertos. Solo entonces se contabilizará.

La OMS y el gremio de científicos han aplaudido la transparencia de China que algunas informaciones periodísticas cuestionan. Durante las primeras fases de nuevos brotes es habitual que haya retrasos y lagunas en los datos disponibles para el análisis, pero es muy positivo que China compartiera informaciones como la secuenciación genética y las actualizaciones nos llegan tan pronto como los casos son identificados, opina Adam Kucharski, epidemiólogo de la London School de Higiene y Medicina Tropical.