Cuando Audrey Hepburn irrumpió en Hollywood aún tenía que inventarse el modelo de mujer que representaba. Belleza y delgadez nunca antes se habían dado la mano. A los 10 años de su muerte, que se cumplen mañana, su imagen etérea sigue siendo un mito recordado y, a veces, contestado. Porque Audrey Hepburn --50 kilos repartidos en 167 centímetros de altura-- implantó el estilo anoréxico mucho antes de que Twiggy irrumpiera en las pasarelas de moda internacional y la delgadez extrema fuera un problema social. El truco de Audrey fue lograr que esa realidad descarnada se transformara en la esencia de lo chic.

Nació como Edda Van Heemstra Ruston en Bruselas en 1929, hija de un banquero irlandés de tendencias filonazis. Pero quien forjó su verdadero carácter, mucho menos dulce de lo de lo que sus interpretaciones hacen imaginar, fue la familia de su madre, una baronesa holandesa, firme antifascista. Con 13 años y en Holanda, en plena invasión alemana, la futura actriz alternaba sus estudios de danza con una labor de resistencia política.

Tras renunciar a ser bailarina, Audrey empezó una discreta carrera teatral y cinematográfica hasta que la escritora francesa Colette, que buscaba una actriz para llevar la adaptación de Gigi al teatro, se fijó en ella.

Su triunfo en Broadway provocó la atención inmediata de Hollywood. William Wyler le ofreció protagonizar Vacaciones en Roma (1953), una comedia romántica junto a Gregory Peck. Y el mito se creó desde el principio de cuerpo entero: estilo, encanto, frescura y desparpajo. En película, Sabrina , del Billy Wilder, toda una generación se miró en ella. Fue el patito feo transformado en cisne por los modelos firmados por Hubert de Givenchy.

Su filmografía es más bien breve. Apenas 20 películas firmadas por los más grandes directores del momento: King Vidor, John Huston, Stanley Donen (Charada y Dos en la carretera ). Su vida sentimental no fue un remanso: dos fracasos matrimoniales y un hijo de cada uno ellos. En los años 60 espació sus apariciones y volvió esporádicamente en los 70 (en la nostálgica Robin y Marian ) y en los 80 (en la comedia triste Todos rieron y en Always ). Volcada en las causas humanitarias, fue embajadora de la Unicef hasta que un cáncer se la llevó en silencio y con elegancia. De la misma manera como había vivido.