Librería Chelo
PILAR Galán
13/10/2011
TCtomo laberinto de Borges , pozo sin fondo o pasaje al centro de la tierra, la librería Chelo mantenía un pulso con la uniformidad en la calle Moret de Cáceres. Contra toda lógica espacial, Chelo no colocaba sus libros como en los centros comerciales, sino que los arrojaba al interior de un local que más bien parecía hueco de escalera. En su minúsculo escaparate, abigarrado de cosas, nos enterábamos de las novedades antes que en las grandes superficies. Allí compré tratados de fonética griega, gramáticas latinas y revistas, porque en esa cueva de los portentos podía habitar cualquier tipo de literatura y si no, se pedía. Nunca logré adivinar cómo se las arreglaba para saber la ubicación exacta de los libros, pero Chelo revolvía cajas y obraba el milagro de dar con el ejemplar solicitado. Su librería, que tenía principio pero no final, se expandía a lo largo de la calle, ofreciendo la mercancía a cualquiera que tuviera un poco de tiempo y ganas de conversación. Formaba parte del paisaje para muchos de nosotros, estudiantes que quedábamos deslumbrados ante aquel maremágnum. Sin embargo, el tiempo está lleno de pequeñas traiciones, y la vida nos fue llevando a otros lugares, mientras el local de los prodigios continuaba contra viento y marea, en lucha con la modernidad, sin saber que le daba cien vueltas. Ahora, la muerte de Chelo, a quien nunca conocimos bien, nos llena de nostalgia. Van quedando pocas librerías que amen de verdad lo que venden. Las habrá más grandes y quizá más ordenadas, pero sigo prefiriendo las trastiendas y los laberintos. Los buenos libreros saben de libros, lo demás solo es mercadotecnia.
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